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En Brasil, la muerte de un motociclista desata protestas a nivel nacional. Para que algo cambie, la violencia policial y el racismo deben convertirse en los principales temas electorales, dice Astrid Prange de Oliveira.No, en realidad no quería escribir más sobre la violencia policial en Brasil. Porque el debate al respecto me atormenta. Es como lo ocurrido con George Floyd en Estados Unidos: los brotes de violencia por motivos raciales vuelven cada cierto tiempo.
Probablemente muchos brasileños sientan lo mismo que yo: impotencia, con la consiguiente reacción de mirar para otro lado. Una actitud cuestionable, lo sé. Y ahora que se acabó la represión, ya no es una postura sostenible.
El 26 de mayo murió Genivaldo de Jesús Santos, un motociclista de 38 años que fue detenido por la policía brasileña el miércoles (25.05.2022) en la ciudad de Umbaúba, en el estado de Sergipe, por no usar casco.
Asfixia frente a la cámara
Las imágenes publicadas en las redes sociales muestran a Genivaldo siendo atado por tres policías y colocado en el maletero de un auto policial. Sus piernas retorciéndose sobresalen por debajo de la solapa, se ven nubes blancas de humo y se escuchan gritos de dolor.
Pocas horas después, el hombre muere. Aunque el resultado de la autopsia aún no está disponible, el resultado preliminar del Instituto Médico Forense brasileño muestra que el hombre se asfixió producto de gases lacrimógenos y gas pimienta.
La muerte por asfixia «como en una cámara de gas» ha provocado airadas protestas en todo Brasil. «Justicia para Genivaldo”, escribe un usuario de Twitter. Y agrega: «Algunos motivos de las protestas en todo el país son la inflación, el desempleo, la escasez de viviendas, el aumento de los precios de los alimentos y la energía, la falta de seguridad y el asesinato de indígenas y negros”.
¿Cómo puede ser que policías ejecuten a un hombre frente a las cámaras de los teléfonos móviles? La escena recuerda el asesinato de George Floyd y los muchos otros casos de brutal violencia policial en Brasil.
Hace apenas unos días, la policía irrumpió en una favela de Río de Janeiro, «Vila Cruzeiro». El fatal récord de la cacería de narcos fue de 23 muertos. El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, tuiteó sus felicitaciones a la policía por «neutralizar a 20 delincuentes involucrados en tráfico de drogas».
Desafortunadamente, no es suficiente descargar la responsabilidad del racismo y la violencia policial sobre el presidente brasileño. «Al final del día, tenemos que preguntarnos si el racismo estructural no está arraigado en todos y cada uno de nosotros», escribe el periodista brasileño Leonardo Sakamoto. Con razón. El racismo no es un problema brasileño. Incluso si Bolsonaro glorifica la violencia policial y alimenta el racismo.
En Brasil, desde el final de la dictadura militar en 1989, ningún político ha hecho de la violencia policial y el racismo un tema de campaña. Al contrario, el crimen y el creciente narcotráfico siempre deben combatirse con más represión. Los resultados de esta guerra contra las drogas son devastadores: según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, Brasil se ha convertido en el mercado más grande para el consumo de cocaína en América Latina.
La mayoría de las víctimas de asesinato son negros
Las tasas de homicidios también han aumentado. En 1990, un total de 31.000 personas fueron asesinadas en Brasil. Según el FBSP (Foro Brasileño de Seguridad Pública), en 2021 el total de víctimas llegó a 41.000 personas. El 76 por ciento de los asesinados son negros, aunque los brasileños negros representan solo el 53 por ciento de la población total.
El racismo es un insulto a Dios, diría el exarzobispo brasileño Dom Helder Camara. Mientras que el «Obispo Rojo» de Recife, que resistió la dictadura militar brasileña (1964 a 1989), acuñó la frase «la pobreza es un insulto a Dios».
El racismo y la violencia racista deberían convertirse en el tema número uno de la campaña electoral en Brasil. Con tal debate, los votantes tendrían la oportunidad de acabar con su propia impotencia y la impotencia de millones de personas en todo el mundo.
En Brasil no solo se elegirá un nuevo presidente el 2 de octubre, sino también un nuevo congreso, nuevos gobiernos estatales y parlamentos estatales de 27 estados. Esta es una oportunidad para la catarsis colectiva. Porque la lucha contra los legados de la esclavitud y el colonialismo, que todavía se manifiesta en la violencia brutal contra la población negra en Brasil, es más importante que la «guerra contra las drogas». (mn/dz)