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Lo extraordinario de estas elecciones en Colombia, opina Günther Maihold, es que, por primera vez en su vida republicana, el país más conservador de América Latina podría elegir a un presidente de izquierda.Para muchos electores, y también para los observadores, las elecciones presidenciales de Colombia decidirán entre la tradicional dominancia de la derecha y una posible irrupción de la izquierda en el país, con su candidato Gustavo Petro. Pero, ¿cuáles serán los factores determinantes para tomar tal decisión, en este llamado a las urnas?
A pesar de los multitudinarios cierres de campaña que escenificaron tanto Petro como su contrincante conservador Francisco Gutiérrez, las campañas electorales, según las últimas encuestas, no convencieron a los electores.
2018: De la elección «por susto» a la frustración
Un análisis de las encuestas arroja un resultado muy claro: existe una gran frustración en la
población, a raíz de promesas no cumplidas, y disgusto, especialmente con el saliente Gobierno de Iván Duque. En las elecciones de 2018, Iván Duque había sido electo liderando una coalición uribista, con un voto de «susto», ante la candidatura del exguerrillero izquierdista Gustavo Petro –considerado por muchos electores atentos a las palabras del expresidente Álvaro Uribe como una amenaza para el país, especialmente en materia de seguridad nacional–.
Petro fue dibujado como aquel candidato que iba a establecer las condiciones políticas y sociales de la vecina Venezuela en Colombia, a aliarse con el «castrochavismo». Cuatro años más tarde, se siguen utilizando las mismas palabras, pero la resonancia de este estilo de campaña política ha disminuido considerablemente. El movimiento del uribismo ha entrado en un proceso de debilitamiento, por lo menos por el momento.
2022: Más allá del susto: una votación motivada por el odio y el miedo
Las emociones, aunque hayan cambiado de signo, siguen articulando las elecciones de este año 2022, no solo en lo que atañe a la votación, sino también en cuanto al comportamiento de los actores políticos en Colombia. Del susto, se ha pasado al odio y al miedo, como resultado de las experiencias políticas de los pasados cuatro años.
La frustración es el factor determinante para esta transformación emotiva en la población, que se ha expresado de dos formas y en dos grupos de actores sociales diferentes:
Por un lado, están aquellos sectores de la población que protagonizaron las manifestaciones y movilizaciones masivas de los años 2019 y 2021, que al final se apagaron sin llevar a soluciones. La política se empeñó en lograr la desmovilización de las protestas, sin considerar que no había erradicado el inconformismo contra un sistema político que no daba respuestas a las inquietudes de la juventud, de los indígenas y otros actores marginados en el país. Una vez más, prevalecía un discurso de seguridad nacional, acentuado por el recurso del presidente Duque a la represión y a las fuerzas armadas.
Por otro lado, entre las capas conservadoras y las elites del país, existe también frustración con la gestión gubernamental en la implementación de los Acuerdos de paz, especialmente de la Jurisdicción Especial de la Paz (JEP), y con el tratamiento que se le da, en este contexto, a los órganos de seguridad del país, es decir, a las Fuerzas Armadas, a la Policía y a la inteligencia militar. Se percibe una actitud demasiado condescendiente con la comunidad internacional, que ha impulsado al Gobierno de Duque a cumplir los acuerdos, aunque con pasos pequeños.
Al filo de estas elecciones presidenciales, de estas dos frustraciones se ha derivado una nueva polarización emotiva en los electores, que se manifiesta en el odio al sistema establecido y en un gran temor al futuro.
Ante un régimen que no da respuestas a las reivindicaciones de amplios sectores de la sociedad, este odio se refleja en muchos electores en términos de ruptura, de dar al traste con las elites establecidas, quienes –aún con un Acuerdo de Paz– no parecen estar dispuestas a ceder una mínima parte de sus posiciones de poder.
La ausencia del Estado para enfrentar el asesinato de líderes sociales, para dar protección a los desmovilizados y desplazados internos, a los necesitados del país, alimenta este rencor hacia los actores políticos que representan a las elites del país. Así que no sorprende que, ante estas manifestaciones de olvido para con amplios sectores de la población, la polarización emotiva que divide al pueblo colombiano se esté profundizando en estas elecciones.
El temor a un futuro incierto se manifiesta, lógicamente, en el otro extremo del escenario político. Pero alcanza también a amplios sectores del centro político, quienes temen a escenarios de ruptura, de confrontaciones, al peligro de que vuelva la violencia política al país.
El orientador del pasado ha perdido tanto su esplendor de entonces como su olfato político. Álvaro Uribe, al parecer, ya no es capaz de leer los tiempos en los cuales se mueve el país, cansado de los discursos de la fuerza de las armas y de la represión, que no han dado resultado ni en el pasado, ni en el Gobierno de Duque.
No obstante, justamente en este lado del espectro político, se oyen discursos incendiarios, que presagian el terror y el hundimiento del país, en el caso de que gane el candidato de la izquierda.
Los retos de gobernar en medio de esta polarización emotiva
Las campañas electorales siempre contienen un indispensable impulso emocional, a fin de cuentas, son un instrumento movilizador para los propios militantes, ya sea para votar a favor o en contra de algún partido. Sin embargo, estas elecciones de 2022 cargan con el peso de no haber contribuido a salir de la polarización emotiva en el país; más bien, la habrán profundizado.
Se están utilizando las emociones como un eslabón clave en la estrategia para conseguir el voto, aunque conlleve a una falta de consensos necesarios para poder gobernar, con un Congreso fragmentado, donde ninguna fuerza política tiene la necesaria mayoría.
Este panorama es un mal precedente para el futuro presidente del país, sin importar quien sea. El recurso a las emociones y la alta carga emotiva de las decisiones electorales presagian grandes dificultades para generar cohesión y confianza en la población, a la cual le esperan debates y decisiones de gran envergadura en pocos meses, cuando se presente el Informe de la Comisión de la Verdad y se publiquen las primeras decisiones de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).
(rml)