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Miles de haitianos dejan un país sumido en la inseguridad y la falta de oportunidades para enfrentarse a otros peligros en rincones alejados de una patria que muchos de ellos no volverán a ver.Cuatro metros de altura, 70 torres de vigilancia y 41 puntos de acceso a lo largo de 164 kilómetros. Ese es el proyecto de reja fronteriza que el presidente de República Dominicana, Luis Abinader, dice que va a detener la migración irregular y el contrabando desde Haití hacia su país.
Las noticias de endebles embarcaciones llenas de haitianos intentando alcanzar por mar las Bahamas o Estados Unidos no dejan de llegar a las salas de redacción, tiempo después de que, durante varios años, vuelos directos entre Puerto Príncipe y Santiago de Chile transportaran a familias completas desde el norte al extremo sur del planeta, en un desusado movimiento migratorio.
Haití es el país más pobre de América. Un 60 por ciento de su población vive bajo la línea de la pobreza. Según el Banco Mundial, la tasa de desempleo en el país es del 15,5 por ciento, aunque todos asumen que es muchísimo más alta.
Las bandas delictivas se han apoderado de los barrios, el presidente Jovenel Moïse fue asesinado en un extrañísimo incidente y el país, sumido en protestas por alzas de precios e incapaz de reponerse de terremotos, huracanes y brotes de cólera, dista de ofrecer perspectivas a sus once millones de habitantes. En ese contexto, muchos miraron hacia el sur del mundo buscando una ilusión.
Dicen que fue por la buena imagen que dejó el Batallón Chile, que entre 2004 y 2017 formó parte de la Operación de Paz de Naciones Unidas en Haití. Sus soldados construyeron una escuela, trabajaron en diversas acciones solidarias, patrullaron Puerto Príncipe y Cabo Haitiano.
Otros estiman que se debió a la buena situación económica del país sudamericano, que suscitó una primera oleada que logró establecerse y generó un efecto llamada.
Como sea, de los 50 haitianos que había en Chile en 2002, se pasó a 185.865 en 2019. Y hoy, son la tercera población migrante en Chile, tras venezolanos y peruanos, según el Instituto Nacional de Estadísticas.
Un giro y dos explicaciones
Sin embargo, tras la pandemia, el escenario cambió. Los registros muestran más salidas de haitianos que ingresos en los años 2020 y 2021, y cientos de ellos han emprendido un viaje a Estados Unidos, uno no exento de peligros. ¿Qué ocurrió?
«Hay distintas razones”, dice Djimy Delice, sociólogo y encargado de la oficina de migrantes en Valparaíso, en Chile. «Está la pandemia, que ha afectado a quienes tenían trabajos informales. Los inmigrantes muchas veces no tienen carné de identidad y, por ello, son invisibles, no reciben ayudas del Estado y lo pasaron muy mal durante los confinamientos. Lo otro es el trato discriminatorio que ha mostrado el Gobierno del expresidente Sebastián Piñera», explica.
La misma opinión tiene William Pierre, representante de los haitianos en Chile, quien sostiene que sus compatriotas «están saliendo de Chile porque han recibido un trato inhumano». Y ofrece una cifra: «a los otros extranjeros les entregan las visas en 30 días. Para los haitianos, eso puede tardar hasta tres años».
«En América, hay tres países con buenas economías: Canadá, Estados Unidos y Chile. Así que si salen de Chile los haitianos no van a Brasil o a México, van a Estados Unidos, y para ello cruzan nueve países, pasando por las selvas más peligrosas. Pero nosotros decimos así: mil veces morimos caminando, pero no morimos arrodillados en trabajos humillantes», agrega Pierre.
Delice complementa: «Tenemos que mirar el hecho de que hay personas que están desesperadas, además de la promesa incumplida de la globalización, que facilita la circulación de capital, pero no de personas. Se aplican procesos de selección que generan que las personas hagan estos viajes» y muchas veces recurran a la clandestinidad.
Evitar malos tratos en su recorrido es un desafío que las autoridades han intentado enfrentar. Joel Hernández, relator de la OEA sobre los derechos de las personas migrantes, estima que es necesario buscar una «respuesta regional, integral, coordinada, basada en las capacidades de los Estados con el compromiso en la protección de los derechos humanos y en la creación de mecanismos que enfrenten también las causas estructurales de los movimientos migratorios. La situación de las personas en movilidad de Haití no debe asumirse solo como la búsqueda de mejores oportunidades, sino como un desafío complejo de toda la región».
Para Hernández, la migración haitiana «enfrenta uno de los momentos más críticos, y afecta de manera especial a las personas que están en tránsito, expuestas en las fronteras de varios países de la región, donde no siempre encuentran respuestas a la garantía de sus derechos, y donde el crimen organizado actúa, aprovechándose del dolor humano».
Sin planes de retorno
Hernández resalta que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos adoptó la Resolución 2/21, que busca incentivar el acceso a servicios, programas y protocolos, además de facilitar el envío de remesas y simplificar la burocracia migratoria, específicamente en el caso haitiano.
«No podemos olvidar que Haití sufrió un terremoto en el 2010, los huracanes en 2016 y 2020, así como un segundo gran terremoto en 2021. El impacto de dichos desastres socioambientales ya implican un reto de coordinación y demandan solidaridad regional; a ello se suman factores estructurales y de derechos humanos», dice.
Asimismo, destaca que migrar es un derecho basado en la libertad de las personas y que no siempre presenta un efecto negativo para los países de origen. «En el caso haitiano, por ejemplo, el envío de remesas es un importante mecanismo de apoyo», sostiene.
En 2019, las remesas supusieron el 38,5 por ciento del PIB de Haití. Esta cantidad disminuyó en 2020 y 2021, en parte debido a que parte importante de la migración haitiana que vivía en República Dominicana volvió a su país como consecuencia de la crisis económica desatada por la pandemia.
Pero, en general, «el haitiano no tiene intención de volver», confirma Pierre. Y lo relaciona con problemas de seguridad, una economía que no crece y una clase política que él considera corrupta. Sin embargo, no pierde, o no quiere perder, la esperanza. «Algún día vamos a restablecer el orden público y la seguridad en Haití, volverá el turismo y volveremos a crecer», dice.
«Es importante que nuestras sociedades vean a los migrantes como sujetos de derecho, y para ello es necesario crear conciencia en el continente, visibilizando que las personas migrantes son mujeres, niñas, adolescentes, madres, padres que están transitando una búsqueda de mejores condiciones de vida, más dignas, están en la lucha por sus derechos», reclama Hernández.
«Hay un imaginario colectivo que determina quién es migrante y quién es extranjero», pondera Delice. «El migrante es un cuerpo sospechoso», agrega, pero pide reflexionar sobre la importancia que tiene para ellos el trabajo: «Los haitianos que migran buscan ganarse la vida, porque ellos son la esperanza de las familias más pobres que se quedan en Haití». (rml)