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La izquierda abertzale lamenta el sufrimiento causado por ETA y admite que «nunca debió haberse producido». Un exdirigente socialista dice que el País Vasco es «poco a poco, cada vez más parecido a una sociedad normal».»Una de mis hijas me decía hace poco recordando aquellos años que, cuando yo la recogía del colegio y encendía el motor del coche, ella cerraba los ojos porque creía que iba a explotar una bomba», rememora Pedro Ontoso al tratar de explicar cómo era vivir bajo la amenaza de ETA en el País Vasco. Él es politólogo y sociólogo, pero sobre todo periodista. «Yo estuve doce años con escolta, recuerda, pero había mucha más gente mucho más amenazada». Ha escrito varios libros sobre el terrorismo, el último presentado hace apenas unas semanas. Para él, «la gente quiere pasar página», pero no debería hacerlo «sin apenas habérsela leído».
Cuando ETA anunció que abandonaba definitivamente la violencia, hace ahora diez años, Ontoso era subdirector de El Correo, el periódico más leído del País Vasco. «Fue un momento de gran alegría (…) en que incluso nuestro director descorchó una botella de champán y celebramos que ya no iba a haber más asesinatos y más víctimas… y luego nos pusimos a trabajar». ETA llevaba cincuenta años cometiendo atentados. Desde su primer asesinato, en 1968, hasta el último, en junio de 2009, mató a 858 personas, hirió a 2.632 en más de tres mil quinientos atentados y cometió 86 secuestros.
Ontoso echaba de menos «la autocrítica en lo que nosotros llamamos la ‘izquierda abertzale’, la izquierda radical vasca, que en su día funcionó un poco como el brazo político de la organización ETA y que todavía no ha condenado su actuación en aquel pasado ni admitido que matar estuvo mal». Sin embargo, este lunes (18.10.2021), Arnaldo Otegi, en un comunicado, se dirigía a las víctimas: «Queremos trasladarles nuestro pesar y dolor por el sufrimiento padecido. Sentimos su dolor y desde ese sentimiento sincero afirmamos que el mismo nunca debió haberse producido, a nadie puede satisfacer que todo aquello sucediera, ni que se hubiera prolongado tanto en el tiempo».
Apoyo social: ‘¡ETA, mátalos!’
«Había desgraciadamente una parte significativa de la sociedad vasca que apoyaba su estrategia de muerte: yo recuerdo manifestaciones con cien mil personas, cien mil gargantas, gritando ‘¡ETA, mátalos!'», explica Ontoso. «En su día, ETA nació como una resistencia al franquismo y contó con muchos apoyos», incluso en instituciones como la Iglesia o en otros países, como Francia, donde sus integrantes disfrutaban de una retaguardia segura, algo que posteriormente tuvieron que buscar en Latinoamérica. En 1973 una bomba de ETA mató nada menos que al jefe del gobierno franquista, el almirante Carrero Blanco.
«ETA nació en el franquismo, pero el 95% de sus asesinatos se cometieron después de la muerte de Franco. ETA fue sobre todo un ataque desestabilizador para la democracia», explica Florencio Domínguez, director del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, en Vitoria. Entonces trabajaba también como periodista para la agencia VascoPress. Está considerado el mayor experto en ETA. Lamenta que «muchas personas en el País Vasco, durante mucho tiempo, han tenido que vivir una especie de libertad vigilada».
Ese apoyo social y político que sostenía al terrorismo fue mermando paulatinamente y empezó a resquebrajarse con el secuestro y el asesinato, tras un ultimátum imposible de cumplir para las autoridades españolas, de Miguel Ángel Blanco, en julio de 1997. El atentado en el aparcamiento de la entonces recién inaugurada Terminal 4 del Aeropuerto de Madrid Barajas, en el que murieron dos inmigrantes ecuatorianos, terminó de indignar incluso a amplios sectores del independentismo ‘abertzale’.
Reconocimiento a las víctimas
«El reconocimiento de las víctimas ha sido progresivo en el tiempo. Se parte de una situación, durante muchos años, en los que no tenían reconocimiento político alguno, todo lo contrario», explica Domínguez. Al principio, las víctimas de ETA eran sobre todo las fuerzas policiales, pero luego políticos, periodistas, empresarios e incluso etarras que intentaban dejar la organización fueron ampliando el abanico. «Las víctimas eran estigmatizadas, al menos en el País Vasco, por el hecho de serlo». «Algo habrá hecho si lo han matado», se decía. Aunque se ha ido desarrollando «un sistema de protección a las víctimas del terrorismo que es de los más completos de Europa», asevera Domínguez.
El Memorial que ahora preside «nació prácticamente a la vez que desaparecía ETA: se creó con una ley de septiembre de 2011» y se inauguró en 2015. Para su creación buscaron inspiración en el Museo Judío de Berlín «porque las políticas de memoria en Europa en buena medida arrancan precisamente con el Holocausto». «Entonces, nos fijamos en lo que se había hecho en Alemania, pero también en Francia, en Bélgica… Un hecho que nos pareció relevante es que había que llegar sobre todo a los jóvenes, a aquellos que afortunadamente para ellos no han tenido vivencia directa del terrorismo», explica.
Juventud truncada
A quien sí le explotó su vehículo al arrancar fue a Eduardo Madina, entonces cabeza visible de las juventudes socialistas en Guipúzcoa, una de las provincias del País Vasco. La bomba no lo mató, pero le amputó una pierna. Tampoco le hizo desistir de sus convicciones políticas, aunque abogó siempre por el diálogo y por negociar la paz. En la presentación de su libro ‘Todos los futuros perdidos’, escrito junto al político conservador Borja Sémper, recordaba hace pocos días haber ido en su juventud «a más funerales que conciertos» y que aquel 20 de octubre de 2011, cuando ETA anunció que abandonaba la violencia, supuso un antes y un después en su vida.
Madina, que dejó la política activa tras disputarle al actual presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, la secretaría general del Partido Socialista, hace balance de estos diez años para DW a través del correo electrónico: «Diez años sin terrorismo se han convertido para nosotros en el catalizador principal de un país distinto. Somos, poco a poco, cada vez más parecidos a una sociedad normal». ¿Qué falta para serlo? «Nos falta consagrar a la memoria nuestra aproximación al fenómeno del terrorismo», afirma. «Desde mi punto de vista, solo las sociedades con memoria de traumas tan profundos se protegen a sí mismas de la posibilidad de repetición. El olvido es siempre lo mismo: una trampa», concluye.La izquierda abertzale lamenta el sufrimiento causado por ETA y admite que «nunca debió haberse producido». Un exdirigente socialista dice que el País Vasco es «poco a poco, cada vez más parecido a una sociedad normal».»Una de mis hijas me decía hace poco recordando aquellos años que, cuando yo la recogía del colegio y encendía el motor del coche, ella cerraba los ojos porque creía que iba a explotar una bomba», rememora Pedro Ontoso al tratar de explicar cómo era vivir bajo la amenaza de ETA en el País Vasco. Él es politólogo y sociólogo, pero sobre todo periodista. «Yo estuve doce años con escolta, recuerda, pero había mucha más gente mucho más amenazada». Ha escrito varios libros sobre el terrorismo, el último presentado hace apenas unas semanas. Para él, «la gente quiere pasar página», pero no debería hacerlo «sin apenas habérsela leído».
Cuando ETA anunció que abandonaba definitivamente la violencia, hace ahora diez años, Ontoso era subdirector de El Correo, el periódico más leído del País Vasco. «Fue un momento de gran alegría (…) en que incluso nuestro director descorchó una botella de champán y celebramos que ya no iba a haber más asesinatos y más víctimas… y luego nos pusimos a trabajar». ETA llevaba cincuenta años cometiendo atentados. Desde su primer asesinato, en 1968, hasta el último, en junio de 2009, mató a 858 personas, hirió a 2.632 en más de tres mil quinientos atentados y cometió 86 secuestros.
Ontoso echaba de menos «la autocrítica en lo que nosotros llamamos la ‘izquierda abertzale’, la izquierda radical vasca, que en su día funcionó un poco como el brazo político de la organización ETA y que todavía no ha condenado su actuación en aquel pasado ni admitido que matar estuvo mal». Sin embargo, este lunes (18.10.2021), Arnaldo Otegi, en un comunicado, se dirigía a las víctimas: «Queremos trasladarles nuestro pesar y dolor por el sufrimiento padecido. Sentimos su dolor y desde ese sentimiento sincero afirmamos que el mismo nunca debió haberse producido, a nadie puede satisfacer que todo aquello sucediera, ni que se hubiera prolongado tanto en el tiempo».
Apoyo social: ‘¡ETA, mátalos!’
«Había desgraciadamente una parte significativa de la sociedad vasca que apoyaba su estrategia de muerte: yo recuerdo manifestaciones con cien mil personas, cien mil gargantas, gritando ‘¡ETA, mátalos!'», explica Ontoso. «En su día, ETA nació como una resistencia al franquismo y contó con muchos apoyos», incluso en instituciones como la Iglesia o en otros países, como Francia, donde sus integrantes disfrutaban de una retaguardia segura, algo que posteriormente tuvieron que buscar en Latinoamérica. En 1973 una bomba de ETA mató nada menos que al jefe del gobierno franquista, el almirante Carrero Blanco.
«ETA nació en el franquismo, pero el 95% de sus asesinatos se cometieron después de la muerte de Franco. ETA fue sobre todo un ataque desestabilizador para la democracia», explica Florencio Domínguez, director del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, en Vitoria. Entonces trabajaba también como periodista para la agencia VascoPress. Está considerado el mayor experto en ETA. Lamenta que «muchas personas en el País Vasco, durante mucho tiempo, han tenido que vivir una especie de libertad vigilada».
Ese apoyo social y político que sostenía al terrorismo fue mermando paulatinamente y empezó a resquebrajarse con el secuestro y el asesinato, tras un ultimátum imposible de cumplir para las autoridades españolas, de Miguel Ángel Blanco, en julio de 1997. El atentado en el aparcamiento de la entonces recién inaugurada Terminal 4 del Aeropuerto de Madrid Barajas, en el que murieron dos inmigrantes ecuatorianos, terminó de indignar incluso a amplios sectores del independentismo ‘abertzale’.
Reconocimiento a las víctimas
«El reconocimiento de las víctimas ha sido progresivo en el tiempo. Se parte de una situación, durante muchos años, en los que no tenían reconocimiento político alguno, todo lo contrario», explica Domínguez. Al principio, las víctimas de ETA eran sobre todo las fuerzas policiales, pero luego políticos, periodistas, empresarios e incluso etarras que intentaban dejar la organización fueron ampliando el abanico. «Las víctimas eran estigmatizadas, al menos en el País Vasco, por el hecho de serlo». «Algo habrá hecho si lo han matado», se decía. Aunque se ha ido desarrollando «un sistema de protección a las víctimas del terrorismo que es de los más completos de Europa», asevera Domínguez.
El Memorial que ahora preside «nació prácticamente a la vez que desaparecía ETA: se creó con una ley de septiembre de 2011» y se inauguró en 2015. Para su creación buscaron inspiración en el Museo Judío de Berlín «porque las políticas de memoria en Europa en buena medida arrancan precisamente con el Holocausto». «Entonces, nos fijamos en lo que se había hecho en Alemania, pero también en Francia, en Bélgica… Un hecho que nos pareció relevante es que había que llegar sobre todo a los jóvenes, a aquellos que afortunadamente para ellos no han tenido vivencia directa del terrorismo», explica.
Juventud truncada
A quien sí le explotó su vehículo al arrancar fue a Eduardo Madina, entonces cabeza visible de las juventudes socialistas en Guipúzcoa, una de las provincias del País Vasco. La bomba no lo mató, pero le amputó una pierna. Tampoco le hizo desistir de sus convicciones políticas, aunque abogó siempre por el diálogo y por negociar la paz. En la presentación de su libro ‘Todos los futuros perdidos’, escrito junto al político conservador Borja Sémper, recordaba hace pocos días haber ido en su juventud «a más funerales que conciertos» y que aquel 20 de octubre de 2011, cuando ETA anunció que abandonaba la violencia, supuso un antes y un después en su vida.
Madina, que dejó la política activa tras disputarle al actual presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, la secretaría general del Partido Socialista, hace balance de estos diez años para DW a través del correo electrónico: «Diez años sin terrorismo se han convertido para nosotros en el catalizador principal de un país distinto. Somos, poco a poco, cada vez más parecidos a una sociedad normal». ¿Qué falta para serlo? «Nos falta consagrar a la memoria nuestra aproximación al fenómeno del terrorismo», afirma. «Desde mi punto de vista, solo las sociedades con memoria de traumas tan profundos se protegen a sí mismas de la posibilidad de repetición. El olvido es siempre lo mismo: una trampa», concluye.ACTUALIDAD | DW