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Revolución alemana de 1848: una precursora de la democracia actual

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La Asamblea Nacional que se reunió en la iglesia de San Pablo de Frankfurt fracasó en su intento de establecer un Estado-nación alemán. Pero en el aniversario 175 hay llamados a conmemorarlo como el Día de la Democracia.La Asamblea Nacional de Frankfurt se reunió por primera vez el 18 de mayo de 1848. Los delegados debían trabajar en una Constitución y prepararse para las elecciones. Designaron a Heinrich von Gagern (1799-1880) como presidente del cuerpo.

El archiduque Juan de Austria (1782 – 1859) fue llamado a servir como regente del imperio. Fue el jefe de Estado en la federación alemana hasta las elecciones libres. Su nombramiento fue el primero de una serie de malas decisiones. Para los radicales de la asamblea, defendía un viejo sistema que necesitaba ser derrocado y era inimaginable que cooperaran con un hombre así.

El siguiente problema surgió en el verano de 1848 tras la tregua de Malmö, que puso fin a un conflicto en Schleswig-Holstein. Allí, a pesar de la intervención prusiana, fue derrotada la revolución contra el gobernante danés, el rey Federico VII (1808-1863). La Asamblea Nacional se vio obligada a reconocer que, sin un ejército propio, no podía proteger los intereses de sus miembros.

Los delegados también notaron rápidamente que no solo les faltaba su propio ejército, sino también todos los demás ingredientes necesarios para la fundación de un Estado: una ciudad capital, instituciones nacionales, leyes comunes y otras ideas sobre quién debería ser parte del nuevo imperio alemán.

La mayoría de los delegados eran académicos que tendían a discusiones amplias. Se estaba perdiendo un tiempo valioso en los debates sobre los derechos civiles o la libertad de expresión. Pero afirmar estos derechos básicos también allanó el camino para la actual Constitución de Alemania.

¿Una Alemania grande o pequeña?

Uno de los puntos centrales de los debates fue la cuestión de qué estados deberían pertenecer al imperio alemán. Para algunos, deberían ser los miembros de la Federación Alemana, Prusia y Austria: la “gran” solución “alemana”.

Otros querían que Austria fuera excluida. Esta era la “pequeña” solución “alemana”. Pero ambas propuestas eran factualmente imposibles.

Los defensores de la solución de la “gran Alemania” soñaban con una Alemania bajo la corona de los Habsburgo. Eran fanáticos del antiguo imperio de la Edad Media, simplemente disfrazando sus ideas con un poco de Zeitgeist liberal. En realidad, lo que querían era un renacimiento del sacro imperio romano germánico de la nación alemana, que había desaparecido en 1806 bajo el gobierno de Napoleón.

Pero estaban ignorando a los millones de no alemanes que entonces vivirían en un imperio alemán. Y como este plan habría conducido a la división de Austria, no fue sorprendente que el emperador austriaco Francisco José I (1830-1916) expresara con vehemencia su oposición.

Pero la solución de la “pequeña Alemania” de la Federación Alemana y Prusia sin Austria también fue rechazada por el emperador austriaco, ya que entonces habría perdido su influencia en Alemania. Esta solución también falló el blanco en términos de la visión de unir a “todos los de lengua alemana” en el nuevo imperio. Pasaron meses sin que las dos partes pudieran encontrar un compromiso y pronto estaban discutiendo otra cuestión: ¿debería ser el nuevo imperio una república o una monarquía constitucional?

El rey de Prusia se retira

El 27 de marzo de 1849 se llevó a cabo una votación en la que una escasa mayoría optó por una monarquía constitucional con el rey de Prusia a la cabeza como emperador de Alemania. Se envió una delegación a Berlín para coronar a Federico Guillermo IV (1795-1861), pero él se negó a aceptarla. Para él, era como si la Asamblea Nacional le estuviera ofreciendo un “collar de perro de hierro”. Como no permitió que los “sinvergüenzas” le dieran la corona, desperdició la última oportunidad de los alemanes de convertirse en un Estado-nación dentro de un movimiento apoyado por el pueblo.

Un poco más tarde, cuando las últimas tropas capitularon en Rastatt, las revoluciones alemanas habían terminado. Los delegados fracasaron no solo por la ausencia de la base de poder, sino también porque no pudieron resolver la cuestión de las fronteras nacionales.

Excluir a Prusia y Austria habría sido una opción demasiado blanda, como si se formara un Estado a partir de los restos, uno que, como la Federación Alemana, no habría sido capaz de sobrevivir por sí solo. En cambio, habría dependido de la buena voluntad de los otros “Estados alemanes”. Incluir a Prusia y Austria habría significado una eventual división para ambos Estados, ya que ambos albergaban grandes grupos de no alemanes.

Y así, el statu quo permaneció en Europa central por el momento. Pero los acontecimientos de las revoluciones alemanas habían dejado claro que el peligro de desestabilización se había vuelto mayor.

Alrededor de 22 años después, se fundaría un imperio alemán, aunque sin la participación del pueblo. La ceremonia que marcó su creación se llevó a cabo en enero de 1871 en el salón de los Espejos de Versalles. Esta vez, el rey prusiano Guillermo I (1797-1888) lo aprobó. La paz en Europa se mantuvo por varios años, hasta que las políticas cada vez más agresivas del nuevo emperador alemán Guillermo II (1859-1941) provocaron un estallido de alcance imprevisto. (rr/dzc)

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