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Los tentáculos del narcotráfico, que incluyen corrupción e inseguridad general, se han ido extendiendo por la región. Los decomisos de droga aumentan y los gobiernos no parecen interesados en un trabajo mancomunado.El 26 de julio de 2022, las autoridades mexicanas informaban del mayor decomiso de cocaína de la historia. Nada menos que 1,6 toneladas de esta droga fueron halladas en el norte de Ciudad de México, cortando una ruta que había comenzado en Colombia y que tenía como destino Los Ángeles (Estados Unidos). En 2021, los países de Centroamérica decomisaron más droga que nunca antes. Ese tipo de estadísticas se repiten en distintos puntos de la región.
Las razones no hay que buscarlas muy lejos ni muy profundamente: es un negocio lucrativo, que a medida que se aleja de su punto de origen va sumando dólares. Según Naciones Unidas, que tiene una oficina dedicada específicamente al tema de las drogas, un kilo de cocaína producido en Bolivia cuesta 1.600 dólares allí, 10.000 en Ciudad de México, 26.000 en Estados Unidos, casi 46.000 en España y la friolera de 60.000 en Irlanda.
Esas cantidades de dinero aumentan el riesgo de que el narco infiltre el Estado y corrompa sus instituciones. «La infiltración del narco es una constante en los países con las organizaciones criminales más poderosas, y en esos casos el narco es ahora más poderoso que antes”, dice a DW desde México Ricardo Márquez Blas, especialista en seguridad y lucha contra el crimen. Lo malo, agrega el experto, es que «tal infiltración no solo no se ha podido eliminar, sino que ha registrado un proceso de ampliación”.
¿Y por qué no cooperar?
El consultor en seguridad y académico argentino Norberto Emmerich explica que si bien el mapa del delito organizado «sigue una lógica de cambios, mejoras y retrocesos, la dinámica del problema tiende al agravamiento”. Una sensación que tienen muchos ciudadanos. Desde los noventa ha habido variaciones, dice el experto, pero en general la respuesta de los gobiernos se ha enfocado «mayormente en el populismo penal, la denominada mano dura». Y eso no siempre resulta.
«El narcotráfico sin duda se ha incrementado, y un indicador de ello es el nivel récord de aseguramientos de drogas ilegales por parte de las autoridades fronterizas de Estados Unidos”, dice Márquez Blas, quien remarca que en general también puede decirse que el escenario actual es peor que hace unos 30 años, básicamente porque «hay olas de criminalidad renovadas que incluyen nuevas y más sofisticadas modalidades delictivas”.
Emmerich, que es autor del libro Geopolítica del narcotráfico en América Latina, añade más antecedentes: «Al narcotráfico clásico (tráfico de drogas) se suma ahora el tráfico de personas, que es regentado por el mismo narcotráfico”. La duda que surge es, si el problema afecta a todo el continente, y cada vez con más fuerza, ¿por qué los países de la región no se han coordinado para combatirlo?
«Por un lado, que haya gobiernos de distinto perfil ideológico en el poder dificulta la cooperación. También los tiempos de esos gobiernos, pues algunos comienzan cuando otros están en sus etapas finales. Pero lo más importante es la falta de confianza entre las corporaciones de seguridad y justicia para compartir información y diseñar e implementar operativos conjuntos”, dice Márquez Blas. Un ejemplo de ello es la muy compleja cooperación en temas de seguridad entre dos países limítrofes como Chile y Bolivia.
Emmerich, por su parte, destaca que es Estados Unidos quien ha asumido casi en solitario una coordinación de agenda, como sus planes migratorios para Centroamérica, la detención del expresidente de Honduras Juan Orlando Hernández y la renuncia del vicepresidente de Paraguay, Hugo Velázquez, acusado de corrupción por la Casa Blanca. Sin embargo, ve un avance con la firma, a comienzos de 2022, del «Marco Bicentenario para la Seguridad” entre Estados Unidos y México. «Eso busca dar inicio a una nueva era en la cooperación de seguridad, y puede ser un instrumento importante”, explica el experto.
(ers)