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El presidente electo Gustavo Petro necesita dar un perfil claro a su política exterior, que priorice el proceso de paz y le de al país un papel reconocible y estable en el mundo, opina Günther Mailhold.Cuando el próximo 7 de agosto el presidente electo Gustavo Petro asuma su cargo, lo secundarán no solamente muchas expectativas y esperanzas, sino una amplia gama de problemas en el interior del país: la difícil situación de la paz, la reconciliación del país consigo mismo, unas arcas públicas bastante raquíticas y un país convulsionado después de la campaña electoral.
La aspiración del futuro presidente de conformar un Acuerdo Nacional ha sido una primera señal de cambios hacia adentro, y su reunión con representantes del gobierno de EE. UU., un anticipo de la política exterior que pretende impulsar. El nombramiento de Álvaro Leyva Durán como ministro de Relaciones Exteriores, y como el primer ministro designado por el futuro presidente, es un anuncio que apacigua tanto al país como a sus relaciones internacionales. Leyva, con una amplia trayectoria como mediador de paz, jugará un destacado papel, fungiendo como bisagra entre la agenda interna y los retos externos que tendrá que conciliar en un nuevo diseño de la política exterior del país.
Una agenda externa nada fácil
Sin embargo, esta tarea va implicar un gran esfuerzo para dar a Colombia un perfil internacional, con un arraigo en la región y de acuerdo a los retos internos. Por un lado, Colombia es un país con fronteras múltiples, y, por lo tanto, identidades variadas. Es al mismo tiempo amazónico, andino, caribeño, insular y del Pacífico, lo cual demanda una política exterior multidimensional. Además, la política exterior tiene que asumir la complicada situación interna de una paz incompleta, altos niveles de migración venezolana, una diáspora muy amplia dispersa por el mundo y unas relaciones altamente complicadas hacia sus vecinos inmediatos.
Por el otro lado, se encuentra la nueva agenda internacional que desea implementar el gobierno de Petro: una gestión orientada hacia la lucha contra el cambio climático, para salvaguardar la biodiversidad en el país, una nueva política en materia de drogas y la salida del modelo extraccionista imperante en Colombia. Además, se pretenden renegociar y actualizar los Tratados de Libre Comercio existentes para adecuarlos a las nuevas prioridades del gobierno y aumentar así también el comercio exterior del país.
Prerrequisitos para una nueva presencia internacional de Colombia
Para poder gestionar este complejo cuadro de retos y compromisos, el nuevo canciller va a tener como tarea fundamental la reubicación de la Cancillería en el andamiaje institucional de los ministerios del país. A pesar de que la canciller saliente, Marta Lucía Ramírez, fungió al mismo tiempo de vicepresidenta del país, no ha logrado reposicionar la cancillería como brazo eficaz en la gestión de los asuntos externos. Tanto desde la Presidencia como de parte de otros ministerios han sido intervenidas sus acciones con criterios ideológicos y personales, lo cual ha mermado la capacidad de interlocución y de impacto de su Ministerio. La distracción de su función en coordinar embajadores de selección y lealtades personales con el presidente saliente cuentan tanto entre estos impedimentos como la difícil coordinación entre las diferentes dependencias de gobierno con sus propios intereses de acción externa.
Pero más allá de los asuntos operativos de una Cancillería marginada en la toma de posicionamiento, pesa sobre el país la ausencia de una doctrina colombiana de política exterior. La presencia internacional del país ha sido parte de las convulsiones internas y, por lo tanto, objeto de un proceso cambiante pero continuo de ideologización, lo cual no permitió desarrollar elementos esenciales orientadores de su presencia internacional.
La sustitución de una articulación propia en materia de política internacional por una alianza central con EE. UU. durante el mandato de Álvaro Uribe ha llevado a que el país resalte como logro el estatus de aliado estratégico nacional no siendo miembro de la OTAN, el cual no deja ningún beneficio real a Colombia. Asimismo, Colombia va a quedar como uno de los pocos integrantes del proyecto ideológica de Prosur, del cual solamente el Brasil de Bolsonaro, Perú y Paraguay siguen activos.
Por otra parte, el Grupo de Lima se ha desmoronado, ante el poco impacto que logró viabilizar para solucionar la situación venezolana. Hace falta redefinir las bases de la presencia internacional de Colombia, más allá de las controversias internas y su proyección hacia afuera. Solamente con este tipo de políticas de Estado será posible reconducir la presencia internacional del país hacia un papel reconocible y estable, que ofrezca también a los vecinos y contrapartes de Colombia la seguridad de poder contar con un actor que sepa actuar con una línea de continuidad y estabilidad en su acción externa.
Finalmente, un país de mediana influencia en asuntos internacionales necesita desarrollar una política hacia el mundo fácil de identificar en su ejes centrales por parte de terceros. Es menester, por lo tanto, que logre definir prioridades, identificar socios centrales y evitar saltar de «flor en flor”, en un diseño de características muy coyunturales. Para asumir esta tarea, el proceso de paz y sus necesidades podrían ser un buen guión. Desde esa base se podrán identificar aquellos temas y acciones que se pretenden poner en el primer orden de prioridades, cooperar con un perfil claro, y potenciar así una política externa profesional y desideologizada. Este camino no será fácil, pero es indispensable para lograr establecer una política exterior de impacto internacional para Colombia.
Günther Maihold es vicedirector de la Fundación Ciencia y Política de Berlín (SWP) y columnista invitado de DW.
(cp)