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Pandemia, guerra, inflación. Parecen cosas distintas, pero están estrechamente ligadas, y en América Latina muchos países están empezando a sufrir las consecuencias de los precios cada vez más altos.A comienzos de 2022, la CEPAL entregó un informe donde detallaba cómo la pandemia del coronavirus había aumentado los índices de pobreza en América Latina, llevando a que cinco millones de personas pasaran a engrosar la lista de «pobreza extrema”, esto es, la de quienes no pueden satisfacer sus necesidades básicas de alimentación. Un escenario terrible que está lejos de mejorar, pues la invasión rusa a Ucrania provocó otro terremoto económico, y la región no se salvará de sus efectos.
El aumento de los costos de las materias primas, como el petróleo, y de distintos tipos de alimentos, ha empujado al alza los precios. Es un problema que se replica también en otras zonas del planeta. En lugares tan alejados como Sri Lanka y Argentina o Panamá y Bosnia, la ciudadanía ha salido a las calles a exigir medidas que permitan menguar el impacto de unos precios que suben más allá de la velocidad con que aumentan los salarios.
El Fondo Monetario Internacional ya lo había advertido en abril: el descontento social podría suponer una dificultad adicional para los gobiernos del mundo, y puso especial énfasis en América Latina. Sin embargo, algo similar ocurre en Alemania, donde el alza del precio del gas y el peligro cierto de no contar con él para calefaccionar los hogares en el invierno ha llevado a entidades como la Asociación General de Arrendadores (GdW) a advertir que el malestar podría extenderse también en el país más poderoso de la zona euro.
Lo decía el cantante dominicano Juan Luis Guerra en los noventa y la realidad nos lo vuelve a repetir ya entrado el siglo XXI: el costo de la vida subre otra vez y el peso que baja, ya ni se ve.
Suma de factores
Gabriela Siller, profesora de Economía en el Tecnológico de Monterrey (México), dice a DW que «la alta inflación ya ha probado que no será temporal, y es esperable que dure hasta finales del 2023 o inicios del 2024”. A su juicio, esto llevará a los principales bancos centrales del mundo a mantener sus tasas de interés también a niveles altos. La experta explica que el fenómeno comenzó con «las disrupciones de las cadenas de suministros y la volatilidad de los precios de las materias primas debido a la pandemia, y luego vino la guerra”. Y se desató la inflación.
En México, por ejemplo, alcanzó en junio el mayor nivel desde 2001. El Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) analizó la situación y determinó que este alza afecta mucho más fuertemente a los hogares de menores ingresos, y además aumenta la brecha entre ricos y pobres. «La alta inflación desafortunadamente genera mayor pobreza”, confirma Siller.
En América Latina, además de Venezuela y Argentina, que sufren problemas inflacionarios que ya podríamos calificar de crónicos, los países más afectados hasta el momento han sido Brasil, Chile y Paraguay. En esos casos podría deberse a una suma de factores externos e internos. Por ejemplo, en Chile la inflación aumentó primero por los retiros de miles de millones de dólares de los fondos de pensiones, que los expertos aseguran sirvieron para recalentar la economía. Ante la presión inflacionaria, este lunes (11.07.2022) el Gobierno anunció una serie de medidas, como la entrega de un bono de 120.000 pesos (unos 125 euros) a las familias más vulnerables.
Ecuador y Bolivia son las excepciones. En el caso boliviano, la inflación anualizada llega a 1,41 por ciento. «Hay una política económica del gobierno por cuidar el mercado interno, lo que significa cuidar las variables que controlan la inflación. Por ejemplo, el Banco Central maneja un tipo de cambio estable hace casi 15 años. Hay una intervención también con subsidios al combustible, que cuesta 50 centavos de dólar”, dice a DW desde Bolivia Santiago Terceros, analista, politólogo y experto en Administración y Políticas Públicas. El costo lo asume el Estado, que gira fondos gracias a las reservas que ahorró de los tiempos de bonanza. Esa política, empero, «no es sostenible», advierte el especialista.
(ers)