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El movimiento artístico del surrealismo contrapuso sus sueños y visiones frente a un mundo desgarrado por la guerra y urgido de cambio. Los surrealistas revolucionaron nuestra percepción hace cien años.El árido paisaje costero no tiene nada que ver con la realidad: bajo un cielo encapotado, un árbol sin hojas crece sobre una caja. Un cuerpo muerto yace en el suelo. Tres relojes de bolsillo derretidos cuelgan como toallas mojadas del árbol, la caja y el cuerpo. Un cuarto reloj está cubierto de hormigas.
Con su cuadro «La persistencia de la memoria», de 1931, Salvador Dalí (1904-1989) creó un auténtico paisaje onírico, rico en simbolismo. Es el cuadro más famoso del pintor español y sigue siendo hoy uno de los íconos del surrealismo.
En contra del espíritu burgués
Una mirada atrás, al París de «los años locos». Tras los horrores de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la gente estaba hambrienta de vida, inquieta y optimista. En 1924, los Juegos Olímpicos electrificaron París. Junto con los atletas, numerosos artistas, escritores, músicos e intelectuales acudieron a la ciudad, convirtiendo a la capital francesa en el centro cultural de Europa.
Pero también había quienes no querían aceptar una sociedad que había hecho posible una guerra tan cruenta y barbárica, y exigían un replanteamiento radical. El nuevo contramovimiento político y artístico rechazaba el espíritu burgués.
Una nueva realidad
Los surrealistas buscaban -más allá de la lógica y la racionalidad- una nueva realidad superior, la surrealidad: el inconsciente, los sueños, los estados de embriaguez, los deseos reprimidos, las visiones, las ideas fantásticas… Todo ello era necesario, según los surrealistas, para liberar a la sociedad de sus ataduras morales.
Uno de los pioneros del surrealismo fue André Breton, escritor y crítico francés. En octubre de 1924 redactó el primer manifiesto surrealista, en el que presentaba el nuevo movimiento artístico: «Creo en la resolución futura de estos estados aparentemente contradictorios del sueño y la realidad en una especie de realidad absoluta, si se la puede llamar así: surrealidad». Muchos artistas se sintieron inspirados por esa nueva visión.
De pipas, pupilas y navajas
Una famosa obra surrealista es, por ejemplo, «La trahison des images» (La traición de las imágenes) del artista belga René Magritte: su cuadro muestra una pipa, debajo de la cual se lee «Ceci n’est pas une pipe» (Esto no es una pipa). Esto parece desconcertante, pero en realidad es correcto; después de todo, no estamos viendo una pipa, sino la imagen de una pipa.
Con la película «Un perro andaluz», el director español Luis Buñuel y su amigo Salvador Dalí llevaron por primera vez a la pantalla de cine una obra surrealista. La trama se nutría de los sueños de ambos: en el prólogo, un hombre afila una navaja de afeitar, luego una nube pasa junto a la luna llena. A continuación, el hombre atraviesa el globo ocular de una mujer con la navaja. Nada en la película debía ser racional, lógico o culturalmente explicable, incluso el título se eligió sin referencia al contenido.
La rebelión de los surrealistas
El pintor alemán Max Ernst (1891-1976) fue un surrealista de la primera hora. Dibujaba espectaculares paisajes fantásticos poblados de figuras imaginarias.
Perspectivas retorcidas, criaturas misteriosas: los artistas a menudo sacan las cosas de su contexto habitual, las combinan de forma nueva y permiten así una visión alterada del mundo. Algunos cuadros son inquietantes, como el emotivo autorretrato de Frida Kahlo «Henry Ford Hospital», de 1932, que muestra a la mexicana (1907-1954) en una cama voladora tras haber sufrido un aborto espontáneo.
El catalán Joan Miró (1893-1983), poeta del color, también debería incluirse en el círculo de los surrealistas. O el bretón Yves Tanguy (1900-1955), cuyos paisajes oníricos aún hoy nos desconciertan. Por no hablar del pintor franco-alemán Jean Arp (1886-1966), o del fotógrafo, artista plástico y director de cine estadounidense Man Ray, alias Michael Rudnitzky (1890-1976), con sus objetos ready-made. Su fotografía de una mujer desnuda con cuerpo de violín «Le Violon d’Ingres», tomada en París en 1924, es mundialmente conocida.
Los surrealistas se rebelaron contra las normas y los hábitos rígidos. Pintaron, escribieron y filmaron en contra de la lógica y el pragmatismo, y a favor de la igualdad. Querían utilizar el arte para instigar una revolución social. Pero, sobre todo, revolucionan nuestra percepción, que actualmente se enfrenta a nuevos retos: la inteligencia artificial y el aprendizaje automático permiten un entrelazamiento casi incomprensible de realidad y virtualidad.
Quien quiera hoy volver a interrogar a los surrealistas debería peregrinar al lugar donde trabajaron. El Centro Pompidou de París les despliega la alfombra roja con un espectáculo monumental que durará hasta enero de 2025 y luego realizará una gira por Europa. La Hamburger Kunsthalle, la Lenbachhaus de Múnich y muchos otros museos de todo el mundo complementan la serie de exposiciones en el año del aniversario de los surrealistas.
(vt/cp)