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Personajes del ámbito de la cultura alemana, como la familia Wagner, allanaron el camino a Hitler y contribuyeron a que fuera aceptado en la sociedad burguesa.El editor Hugo Bruckmann y su mujer, Elsa, se contaron entre los primeros que invitaron oficialmente a su casa a Adolf Hitler, en 1924. A su salón, donde antes de la I Guerra Mundial se reunían intelectuales de diversas tendencias, acudían en la década de 1920 nacionalistas conservadores, que despotricaban contra la democracia y la República de Weimar.
Entre ellos estaba también Albert Speer, quien luego sería el arquitecto estrella de Hitler, al igual que el matrimonio de Winifred y Siegfried Wagner, que dirigía el festival de Bayreuth. Elsa Bruckmann les ofrecía un foro a quienes añoraban la época del Kaiser o sufrían por la crisis económica o la humillación de la derrota en la I Guerra Mundial.
Fascinados con Hitler
«La añoranza de un mesías era grande, y la alta burguesía depositaba su esperanza en Hitler”, explica a DW Sven Friedrich, director del museo Richard Wagner, de Bayreuth. Hitler fascinaba a muchos con sus discursos agitadores y su visión de una nueva grandeza de Alemania. El matrimonio Bruckner respaldaba al líder nazi con dinero y también le facilitó el contacto con los grandes industriales.
También Winifred Wagner, la nuera del compositor Richard Wagner, lo apoyaba. «Winifred estaba encantada con Hitler, debido a su convicción de tener una misión y a su manifiesta veneración por la música de Wagner”, explica Sven Friedrich.
Entre ambos se forjó rápidamente una amistad. Hitler vivió un tiempo en casa de los Wagner. A la familia pertenecía también Houston Stewart Chamberlain, un inglés afín a la teoría racial, antisemita y precursor intelectual del movimiento nacionalsocialista. Estaba casado con Eva, hija de Richard Wagner, y «era un ídolo para Hitler”, según Sven Friedrich.
Lealtad a Hitler
En 1923, los nacionalsocialistas intentaron infructuosamente derribar al gobierno de la República de Weimar. Hitler fue condenado a cinco años de cárcel, pero quedó en libertad prematuramente, a fines de 1924.
Los Wagner no lo visitaron en prisión, pero mantuvieron un nutrido intercambio postal con Hitler. Winifred le enviaba dulces y papel para escribir. En esas cuartillas, Hitler empezó a escribir su libro «Mein Kampf” (Mi lucha). Elsa Bruckmann se ofreció más tarde como lectora para la segunda edición.
Apoyo financiero
Además de Elsa Bruckmann, visitaron a Hitler en prisión también Helene y Edwin Bechstein. La empresa fabricante de pianos Bechstein, fundada en 1853 por Carl Bechstein, tenía tradición. «Hasta el inicio de la guerra, la mayoría de los pianistas importantes tocaban en un Bechstein», afirma el gerente cultural de la empresa, Gregor Willmes. La inflación de la década de 1920 afectó duramente a la firma.
Edwin, uno de los hijos de Carl, tenía una cierta fortuna. Él y su mujer respaldaron los planes de Hitler y también lo alojaron por momentos en su casa.
La guerra y la desnazificación
Con el inicio de la II guerra Mundial, las visitas a Hitler de las damas de alta sociedad se volvieron menos frecuentes. Elsa Bruckmann se distanció de él debido a sus atrocidades en la persecución de los judíos y en la guerra. No obstante, se dice que siguió manteniendo sus ideas nacionalsocialistas hasta su muerte, ocurrida en 1951.
Winifred Wagner siguió siendo una ferviente partidaria de Hitler, también después de la guerra. En el marco del proceso de desnazificación, no pudo seguir dirigiendo el festival de Bayreuth.
El arquitecto Albert Speer, por su parte, fue sentenciado a 20 años de cárcel. Otras figuras de la cultura, como los directores Wilhelm Furtwängler y Herbert von Karajan, cooperaron con Hitler, pero pudieron retomar tras un tiempo sus actividades, exitosamente.
La fábrica de pianos Bechstein trabaja hoy con muchos pianistas judíos y palestinos de Israel y respalda proyectos musicales que abordan críticamente el tema del nacionalsocialismo.
(ers/cp)