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El auge de las exposiciones de arte inmersivas

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Ya no se necesitan las obras originales para organizar una exposición de arte. En lugar de cuadros, el público se ve sumergido en un mar de proyecciones, aderezado con luces y sonidos.Mi primera visita me lleva a la sala de una antigua acería de Phoenix, en Dortmund. El título de la exposición es “Phoenix des Lumières”.

“Lumières” es una palabra francesa que significa ‘luces’, y de eso es de lo que aquí se trata, de hacer brillar la obra de dos populares, aunque muy diferentes, artistas vieneses: Gustav Klimt y Friedensreich Hundertwasser.

Un primer vistazo a la antigua nave industrial me hace musitar: “Guau”. Las paredes tienen la pátina de los antiguos tiempos mineros, los techos se desvanecen en la oscuridad. Con 5.600 metros cuadrados, la sala es tan grande que ni siquiera se atisba dónde termina. Suena música ambiental, las paredes cambian de color: verde, amarillo, rojo y azul. Friedensreich Hundertwasser, artista, arquitecto, ecologista, fallecido en Viena en el año 2000, es conocido por el cromatismo de sus pinturas, mientras que su arquitectura evita las líneas rectas.

Integración de música y arte

Al ritmo de la música, aparecen proyectadas sobre las paredes las casas más famosas de Hundertwasser. Sus coloridas fachadas, las ventanas con formas irregulares, plantas que crecen en el techo. Por todas partes hay brillo, fulgor, destellos.

Rápidamente, me doy cuenta de que visitar una exposición inmersiva no puede compararse con una visita tradicional a un museo. Las obras de arte se mueven. El ojo no tiene dónde detenerse. Tan pronto como reconozco una casa de Hundertwasser, aparece un nuevo motivo. Me encuentro en medio del arte o, mejor dicho, de la proyección del arte. Las obras de Hundertwasser se suceden tan rápido, que es casi imposible identificarlas.

La empresa francesa “Culturespaces” es la responsable de haber llevado a Dortmund esta grandilocuente experiencia de arte lumínico. “Culturespaces” lleva varios años instalando centros de arte digital por todo el mundo.

Primero fue París, en 2018, seguido de Dubái, Nueva York, Ámsterdam y Seúl, entre otros lugares. Ahora le toca el turno al Dortmund y pronto a Hamburgo. El director de “Phoenix de Lumières” en Dortmund es el francés Renaud Derbin. “A mediados de la década de 2000, notamos que la cantidad de visitantes a los castillos y museos en Francia estaba disminuyendo, porque los jóvenes ya no estaban tan interesados ​​​​en los museos. Por eso, pensamos en conceptos digitales”, explica Derbin.

Un público nuevo

La primera exposición inmersiva se inauguró en París. “No solo vinieron los tradicionales visitantes del museo, sino también un público nuevo conformado por niños y jóvenes. En realidad, gente de todas las generaciones”, prosigue Derbin.

También me doy cuenta de eso. En la antigua fábrica de Dortmund, veo escolares, estudiantes y jubilados. Los fines de semana, el recinto siempre está lleno.

La información básica sobre los artistas Klimt y Hundertwasser es bastante escasa. En la entrada, hay monitores que narran brevemente sus biografías y sus obras más importantes. No soy la primera en preguntarle a Renaud Derbin si realmente se trata de arte o más bien de entretenimiento. “Hemos oído antes esa crítica”, contesta. “En realidad, estamos pensando en cómo podríamos traer más información en el futuro”. Aunque confiesa que la idea inicial era “confrontar a las personas con la belleza, hacer que experimenten el arte a partir de buenas emociones”.

Arte proyectado en paredes

¿Puede el arte prescindir de las obras originales? ¿Puede una exposición inmersiva transmitir algo más que emociones positivas? Me dirijo a Ámsterdam para visitar otro espectáculo de luces en otro antiguo edificio industrial.

El surrealista Salvador Dalí y el arquitecto catalán Antoni Gaudí son los protagonistas de la exposición inmersiva “Fabriques des Lumières”. Al ritmo de la música de Pink Floyd, imágenes de esqueletos semiderretidos montando en bicicleta y animales de largas patas moviéndose por el suelo, las paredes y los techos. De nuevo, tras la receta del éxito está la empresa francesa “Culturespaces”.

Un espectáculo así ocupa mucho sitio y sería impensable en un museo. Los espacios en sí son una experiencia. Los ingredientes son los mismos en todas partes: proyección, música, mucha libertad de movimiento y una antigua fábrica como espectacular telón de fondo. Visitar una exposición inmersiva es definitivamente una experiencia inmersiva.

¿Se trata solo una tendencia pasajera? Es bastante improbable, porque incluso artistas de 85 años como el británico David Hockney se están aventurando en el mundo de las exposiciones inmersivas. En el “Lightroom” de Londres, Hockney presentó su primer espectáculo de luces, en el que los visitantes ya no ven sus obras reales, sino solo proyecciones inmateriales, digitales y coloridas. Quizá este tipo de eventos logren que las personas sientan curiosidad por el arte y después visiten un museo para aprender más sobre los artistas. Porque ni la mejor de las proyecciones puede competir con el original. Al menos hasta ahora.

(ms/ers)

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