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El croata Niko Kovac regresó a la Bundesliga para dirigir al Wolfsburgo y se encontró con un equipo armado en la era de Oliver Glasner. Y también con Max Kruse, jugador que suele ser todo un desafío para sus técnicos.Niko Kovac dirigió el banquillo del Bayern Múnich durante 65 partidos en los que consiguió un promedio de 2,65 puntos por encuentro. Entre sus triunfos más importantes figuran el 7-2 contra el Tottenham en la fase de grupos de Champions League, en 2019, y el «clásico” ganado en Bundesliga contra el Borussia Dortmund por 5 goles a 0, ese mismo año.
De esos 65 partidos con Kovac al frente, el Bayern perdió «solo” ocho, siendo una de las más prominentes la derrota en final de Supercopa Alemana contra Dortmund por 2 a 0, meses después de la goleada citada en el párrafo anterior. Por supuesto, la mancha definitiva fue la goleada 5 a 1 sufrida por el Bayern de Kovac contra el Eintracht de Fráncfort en la jornada 10 del torneo 2019/2020, en el que fue su último partido «bávaro”.
Un destino llamado Thomas Müller
Pero el destino de la gestión de Kovac al frente del Bayern, que en los números generales es hasta hoy la mejor en la carrera del entrenador, estaba sellado antes de aquel descalabro frente a las «águilas”. Kovac ya había perdido la batalla, y la guerra, fuera de las canchas.
En el Bayern, el entrenador tuvo choques constantes con Thomas Müller, líder indiscutible del vestidor bávaro y consentido de los hinchas en Múnich. Kovac achacaba «bajo desempeño” a Müller y lo había degradado a la banca. El jugador a su vez «calentaba” el ánimo en los casilleros y en las redes sociales.
Los frentes fueron endureciéndose a tal grado, que llegó a hablarse de un posible traspaso «ya hecho” de Müller al fútbol italiano. Al final, la goleada contra Fráncfort fue solo una ocasión propicia: Kovac tuvo que irse.
Max Kruse: ¿el nuevo Müller?
Años más tarde, Niko Kovac parece vivir un deja vú. Al llegar a Wolfsburgo se encontró con un club mucho menos ambicioso que el Bayern, y con una plantilla de buen nivel en parte heredada de la era de Oliver Glasner. Pero también se encontró con Max Kruse.
Kruse es algo así como un Juan Román Riquelme. «Artista” o «espíritu libre” son algunas de las palabras con las que se describe al mediocampista en el fútbol alemán, normalmente impermeable a la lírica.
Y es que, en efecto, Kruse es un jugador temperamental, capaz de cambiar el rumbo de todo un equipo, como lo hizo en el Werder Bremen y en el Unión Berlín. Incluso se le llegó a mencionar como posible candidato a la selección alemana hacia Qatar. Es un genio, y a veces, un excéntrico en la cancha.
Pero Max Kruse también se hunde en valles muy profundos cuando las cosas no son a su modo. Así sucedió con su desempeño en el Fenerbahce de Turquía, o en el actual con el Wolfsburgo. Incluso, el jugador habló de supuestos conflictos con el genial Urs Fischer, su antiguo técnico en el Unión Berlín.
Kovac, ave de las tempestades
En otras palabras, Kruse es exactamente el tipo de jugador que desagrada a Niko Kovac, de modo que desde el principio hubo tensión entre ambos. Y en cuestión de respuesta, el entrenador no se ha movido un centímetro desde su batalla perdida contra Thomas Müller.
Entrevistado en medios, Kovac dio por terminada la carrera de Max Kruse en la Bundesliga cuando en realidad quiso decir que el mediapunta no entra en sus planes por «bajo desempeño”. Kruse contraatacó, diciendo que «yo, y solo yo, decido cuándo termina mi carrera” en el fútbol alemán. De nuevo, Kovac tiró el conflicto al máximo al mandar a Kruse a entrenar con los porteros.
Kovac debe aprender, y ceder
El conflicto no parece navegar a un buen término y Kovac, a la luz de su experiencia con el Bayern, debería detectarlo. Mantener a Kruse en la banca y en los entrenamientos significaría asumir intranquilidad en un equipo que de por sí no marcha bien en el torneo.
La opción más viable para ambas partes es un traspaso en la ventana de invierno. Pero también podría repetirse la historia para Niko Kovac. El conflicto finalmente podría voltear a los jugadores contra el técnico y, si no vienen mejores resultados deportivos, es Kovac el que podría irse.
Niko Kovac tiene, pues, mucho que reflexionar. Más que su orgullo, en juego está su reputación como estratega del fútbol: una tarea que algunas veces implica mantener rumbo inamovible, y algunas otras, aprender y ceder.