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El canciller alemán, Olaf Scholz, insiste en que su país está “haciendo todo lo posible” por Ucrania. Y, sin embargo, la brecha entre lo que dice y lo que hace sugiere lo contrario, opina Cristina Burack.A principios de esta semana, en un abrir y cerrar de ojos, algo que Olaf Scholz había insistido durante semanas que era imposible, de repente se volvió posible. Alemania comenzará a entregar baterías antiaéreas a Ucrania.
En el período previo a la guerra y en los primeros momentos, la postura por defecto alemana era la de “no podemos”: no podemos enviar armas a una zona de conflicto, no podemos bloquear a Rusia del SWIFT (sistema de pago internacional), no podemos establecer un embargo a la energía rusa, no podemos enviar armas pesadas… la lista continúa.
Es cierto que a muchas de estas posiciones se les ha dado la vuelta (al menos parcialmente), y aunque estos virajes son movimientos en la dirección correcta, el hecho de que tantos “no se puede hacer” se hayan convertido en “se puede hacer” revela una discrepancia entre la retórica del canciller y las acciones de Alemania.
¿Está Alemania realmente ‘haciéndolo todo’ por Ucrania?
Scholz parece estar actuando más por presión que por convicción. En las últimas semanas, ha argumentado que Alemania está “haciendo todo lo posible” por Ucrania, pero ¿realmente lo está haciendo? Los volantazos espontáneos, donde lo imposible se vuelve posible de la noche a la mañana, sugiere que el “no puedo” puede ser en realidad un “no quiero”.
No es un aspecto halagador para Scholz, ni favorece la imagen de Alemania entre sus socios de la OTAN, que la han criticado por su indecisión y por el bloqueo de las sanciones más duras. Su comportamiento también puede estar afectando al apoyo popular en Alemania hacia la medida: un embargo sobre la energía rusa, respaldado por el Parlamento de la UE y visto por algunos expertos como una forma efectiva de cortar el financiamiento de la maquinaria de guerra rusa, era respaldado por el 55% de los alemanes en los primeros días de la guerra, pero las encuestas más recientes han mostrado que el apoyo se ha enfriado al 28%. El bombardeo mediático de Scholz y de su ministro de Economía, Robert Habeck, recalcando día tras día por qué no se puede hacer, puede haber alimentado esa falta de voluntad.
Hay mucho más que se puede hacer
Es cierto que los expertos no se ponen de acuerdo sobre hasta qué punto se paralizaría el poderío militar ruso sin los ingresos de sus exportaciones de energía. Sin embargo, aunque Scholz y Habeck han pintado repetidamente un escenario casi apocalíptico que provocaría tal medida, muchos economistas argumentan que las consecuencias serían mucho menores, con una contracción del crecimiento económico de entre el 2,5% y el 6%. Durante la pandemia, Alemania demostró ser experta en gestionar una caída del 5% a través de su esquema de trabajo a jornada reducida y otras políticas. En otras palabras, el país podría capear un embargo… si quisiera.
Incluso aunque el gobierno no se decidiera a abandonar del todo la dependencia energética de Rusia, todavía hay mucho que puede hacer, y animar a sus ciudadanos a hacer, para reducirla, lo que puede marcar una diferencia palpable.
Alemania podría, por ejemplo, reducir los pagos de energía a Rusia instaurando un límite de velocidad en carretera de 100 km/h, lo que apoyaría el 70% de la población; introduciendo días alternos de conducción o incluso domingos sin automóviles, como sucedió durante la crisis del petróleo de 1973; imponiendo el trabajo desde casa e incentivando el uso compartido de vehículos; adoptando sistemas de sustitución de vehículos por otros más pequeños y ecológicos; y potenciando el transporte público, cuyas frecuencias se reducen mucho durante el verano.
Se podría reducir el consumo de electricidad, en una parte importante procedente del gas; se podría subsidiar a los propietarios para mejorar el aislamiento y las calefacciones de calefacción de bajo consumo, regulando también los costos que pueden repercutirse a los inquilinos.
Y, lo que es más importante, Alemania podría presionar a la UE para que instituya impuestos sobre las importaciones de gas. Alemania obtiene aproximadamente la mitad de su gas de Rusia. Un arancel haría que el gas ruso barato fuera mucho menos atractivo, lo que reduciría sus fondos y al mismo tiempo generaría ingresos que podrían usarse para compensar las pérdidas económicas en el país. Dado que Alemania pagó a Rusia alrededor de 9.100 millones de euros (9.650 millones de dólares) por combustible fósil desde el comienzo de la guerra, es difícil seguir manteniendo un enfoque tipo “los negocios son los negocios” cuando se están llenando las arcas de guerra de Putin a costa de las vidas de los ucranianos.
Es hora de unir al país
La lista de posibles acciones es larga, pero, por el momento, los alemanes no parecen dispuestos a hacer sacrificios. Una encuesta publicada el jueves mostró que solo uno de cada dos alemanes estaban dispuestos a renunciar a cosas en la vida cotidiana para ayudar a Ucrania. Pero el apoyo de la población puede cambiar.
El canciller debe hacer todo lo que esté a su alcance para realizar cambios, explicar su necesidad y reunir al país detrás de él, porque el tiempo apremia. Necesita lanzar una campaña en todo el país sobre lo que se puede hacer, en lugar de sobre lo que no se puede hacer. Alemania tiene las herramientas para hacer mucho, mucho más. La pregunta es si tiene el líder adecuado para hacerlo.
(lgc/jov)