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Ante la guerra de Ucrania, en Europa se vuelve a hablar de rearme. Hay una narrativa de lucha del bien absoluto contra el mal absoluto, advierte José Ángel Ruiz Jiménez, especialista en estudios de paz.La Pascua de Resurrección ha sido históricamente la fecha de las grandes manifestaciones pacifistas en Alemania. Ahora, con una guerra a relativamente pocos kilómetros de distancia, en Ucrania, no resuena como antes el clamor de paz.
En entrevista con DW, José Ángel Ruiz Jiménez, director del Instituto de la Paz y los Conflictos y profesor titular del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada, analiza las causas y advierte de la ligereza con que a veces se toma la guerra.
Deutsche Welle: La guerra de Ucrania conmociona a Europa. ¿Renace el militarismo?
José Ángel Ruiz Jiménez: Ha sido un gran shock para la población europea tener una guerra tan cerca, por primera vez desde los años 90, en los Balcanes. Y ni siquiera aquellas guerras, a pesar de que supusieron un gran impacto, tuvieron el riesgo de contagio y de impacto global que está teniendo la guerra de Ucrania.
La población occidental, de la Unión Europea y Estados Unidos en particular, percibe que es una guerra de agresión, donde es muy obvio que una superpotencia militar invade impunemente a un país casi indefenso, y por lo tanto hay que ayudar solidariamente, acogiendo refugiados, sancionando al invasor y también enviando armas.
Y ahí es donde entra eso del fin del pacifismo, cuando se cruzan ciertas líneas rojas. Entonces, la población ha entendido esta narrativa, que tiene una lógica aplastante en Occidente y que está llevando no solo al envío de armas a Ucrania, sino también a pensar en un rearme de Europa Occidental, ante el peligro de una Rusia que se percibe como expansionista y agresiva.
Entonces, es un giro mental en cuanto al papel que tienen los ejércitos. Y también tiene efecto en lo económico, porque va a suponer un gasto militar que va a debilitar otras partidas, como educación, sanidad, etc. Va a debilitar también la mentalidad pacifista europea de los últimos años y también tiende a dividir al mundo entre una Rusia que se aleja de Europa y que seguramente se acerque a China, y una Unión Europea que se va a acercar más a Estados Unidos. Parece que vamos hacia una nueva bipolaridad, después de la aparente multipolaridad de los últimos años.
¿Asistimos también a una bancarrota del pacifismo como idea?
En realidad, sí y no. Sí, porque la opinión pública en general entiende que, ante una guerra de agresión como esta, solo cabe responder con violencia. Ahora bien, la realidad está siendo tozuda en otro sentido, que da la razón a los pacifistas.
Los partidarios de una solución militar están tanto en Rusia -que pensó que podía solucionar el problema de Ucrania con una invasión militar-, en Ucrania -que pensaba que podía defenderse ayudada por Europa y la OTAN-, como en Occidente -que pensaba que podía ahogar a Rusia con las sanciones.
Las tres partes han visto que sus postulados han fracasado, porque Rusia está mucho peor que cuando empezó la invasión. Ha sido un fracaso, está siendo mucho más larga de lo que esperaba y le está causando la bancarrota económica. Para Ucrania ha sido calamitosa, es la gran víctima por la cantidad de muertos, de refugiados, de destrucción material, pero también a Occidente esta postura le está causando unas pérdidas económicas y una crisis cada vez más inasumibles.
Entonces, el pacifismo, la diplomacia, seguramente hubieran sido mejores que una línea de actuación que obviamente no está funcionando, porque para todas las partes implicadas está siendo desastrosa.
Desde una perspectiva de políticas de paz, ¿qué manera hay de enfrentar ahora la situación?
A veces, desafortunadamente, antes de llegar a un acuerdo de paz, que tiene que producirse antes o después, se llega a un punto de saturación y agotamiento de la violencia. Y sería inteligente no llegar a ese punto de saturación, porque muchas de las pérdidas, sobre todo las humanas, son irremplazables.
Lo más inteligente sería tratar de llegar a un acuerdo, por el que Rusia sintiera que la OTAN deja de penetrar cada vez más en el espacio eslavo e incluso en el espacio rusoparlante, con una presencia que ellos consideran un peligro, y Ucrania obtuviera garantías de seguridad, que sí puede dar la OTAN sin que Ucrania sea miembro de la alianza.
¿Considera posible esa salida?
Si tanto la OTAN como Rusia permiten una Ucrania desmilitarizada, sería beneficioso para las tres partes, porque les daría lo que dicen pretender. Pero no hay soluciones perfectas, y eso también es muy importante de entender. Cuando se llega a un punto tal de violencia y de destrucción, ya no hay soluciones perfectas y todos tienen que conceder algo en la mesa de negociaciones.
Pero, para Rusia, creo que ya se demostró que es irreal su pretensión de controlar toda Ucrania. Para la OTAN, creo que también es ya irreal la perspectiva de expulsar por completo a Rusia del Donbás y de Crimea. Ucrania tiene el mayor problema, porque es muy doloroso aceptar perder parte del territorio.
En este caso, Crimea está prácticamente perdida, y un Donbás con un amplio estatuto de autonomía, garantizado también por terceros países, sería una solución en la que Ucrania mantendría el grueso de su integridad territorial. La amenaza para Rusia no es Ucrania, es la OTAN.
En esta guerra siguen operando los mecanismos de hace mil años. ¿Cómo es posible que aún parezcan eficaces en el siglo XXI?
La violencia no es eficaz. A las tres partes les está yendo mal con ella. Pero este conflicto nos confronta con preguntas muy importantes. Por ejemplo, la ligereza con la que las partes van a la guerra, y luego nos sorprende el hecho de que haya tantas víctimas civiles. Y es que la guerra es así. La guerra es sucia. La guerra es destructiva, la guerra es injusta y a veces se toma muy a la ligera.
Para solucionar un conflicto es imprescindible elegir entre el diálogo y la negociación o someter o destruir al rival. Y también tenemos que estar conscientes de que ir a la guerra no es una decisión ligera, sino que estamos viendo las consecuencias que tiene. Insisto, la guerra es muy sucia y muy injusta.
Hay muy pocas voces que estén haciendo advertencias de este tipo…
Como historiador, es obvio que no hay guerra limpia. Y que en todas las guerras pierde la población civil, incluso la de los ganadores. En realidad, hay una falta enorme de pedagogía y estas lógicas limitadas funcionan porque no se conocen otras. Y no se acude a otras formas de pensar o de analizar, porque no están sobre la mesa. La guerra también crea inercias con beneficiarios, por ejemplo, el complejo militar industrial.
¿Por qué no se han producido grandes manifestaciones pacifistas, como en otras ocasiones? ¿Cree que ese movimiento ha perdido aliento?
En 2003, cuando Estados Unidos invadió Irak, fue el momento de la historia donde más personas de todo el mundo salieron a la calle para enviar el mismo mensaje a la vez: no a la guerra. Fue el hecho más multitudinario. Ahora, en 2022, se está echando de menos y puede parecer una crisis de los pacifistas.
¿Dónde están esas personas ahora? En realidad, este conflicto se está interpretando -y hay una lógica poderosa detrás- como la lucha del bien absoluto contra el mal absoluto. De un tirano que dirige una superpotencia y ataca a su país vecino, destruyendo ciudades, asesinando civiles. Por lo tanto, hay que pararle los pies. Es la lógica de la gente que no sale a la calle para decir no a la guerra. Esa es la causa.
Pero si medimos el movimiento pacifista por cantidad de oenegés, de organizaciones por los derechos humanos, de centros de investigación para la paz, hay mucha más gente que nunca en la historia implicada, que presta parte de su tiempo y de su dinero a la causa de la paz.
¿Qué consecuencias puede tener este conflicto a mediano plazo?
Una es la narrativa inmediata: “hemos visto que Rusia es un país expansionista, peligroso, que no respeta civiles, por lo tanto, debemos protegernos y eso cuesta dinero, cuesta armas. Se acabó la fiesta del pacifismo y el buenismo porque, si no, alguien como Putin, que rompe las reglas, puede hacer lo que quiera con el resto”.
Es una forma de pensar muy cortoplacista y muy cara, porque lleva a un gasto militar enorme y las armas solo sirven para destruir. Hay quien también diría que también sirven para disuadir y proteger. A veces uso una analogía con mis alumnos: si uno quiere proteger su casa, ¿está más seguro llenando su jardín de minas antipersonales? Sí y no, pero seguramente no. Seguramente hay medios mejores.
Hay peligro de ir hacia una nueva bipolaridad y eso nos llevaría casi casi a una nueva guerra fría. Y a que se piense que la única forma de protegerse es una escalada militar. Esa es una lógica muy peligrosa, que recuerda a la paz armada, de antes de la primera guerra mundial, donde los bloques pensaron que cuanto más armados, más seguros estarían. Y el resultado fue la peor guerra de la historia.
¿Se logrará imponer la cordura?
Desafortunadamente, vamos a tardar e imponerla. Al final habrá acuerdo. Y ojalá sean acuerdos que permitan una estabilidad a largo plazo. Siempre hay margen para el diálogo y la negociación, pero también, desgraciadamente, lo hay para la guerra y la violencia.
Y yo creo que esta guerra nos está enseñando que, más allá de lo intuitivo que pueda parecer que ante una injusticia hay que actuar -si no se puede por las buenas, por las malas-, hay que entender que esa lógica es limitada y que, arreglarlo por las malas no garantiza la solución, pero sí garantiza muchísimos problemas, muerte, destrucción, rencores, ruina económica.
¿Se impondrá la cordura? Se acabará imponiendo. Pero ojalá no sea necesario un camino muy largo hasta ese punto.(ms)