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Francia enfrenta un ataque a la democracia

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Marine Le Pen y Emmanuel Macron se enfrentarán en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas y los electores tendrán que preguntarse si quieren preservar su democracia, plantea Lisa Louis.Parece a primera vista una reedición de las elecciones de 2017, pero la situación no es la misma. Hace cinco años, cuando observadores internacionales temían una victoria de Le Pen, los analistas políticos franceses excluían categórica y unánimemente tal desenlace.

Esta vez, los expertos franceses dicen, con un aire de resignación, que la ultraderechista Marine Le Pen podría ganar. Las encuestas presagian una reñida contienda entre ella y Macron en la segunda vuelta electoral.

¿Cómo pudo suceder esto, especialmente cuando las encuestas preveían una confortable victoria de Macron? Los niveles de adhesión del actual mandatario subieron tras la invasión rusa de Ucrania, dado que los franceses suelen respaldar a sus líderes en tiempos de crisis. Pero ese efecto se desvaneció rápidamente. Cuando Occidente impuso sanciones a Rusia, los precios subieron aún más en Francia y, con ellos, la principal preocupación de la gente: cómo llegar a fin de mes.

Le Pen parece ocuparse de esas inquietudes. Durante meses ha visitado pequeñas ciudades, pueblos y mercados, asumiendo el papel de candidata cercana a la gente, diciéndole a todo el mundo que, si es elegida, mantendrá estables los precios de los productos básicos y bajará el IVA a los combustibles y la energía.

¿En sintonía con el electorado?

Macron, por su parte, esperó hasta el ultimo momento para entrar en la campaña. Parecía más preocupado por dialogar con el presidente ruso, Vladimir Putin. Su campaña se limitó a pocos eventos y la celebración de una gran concentración. Los electores tuvieron la impresión de que su presidente no se preocupaba por sus vidas cotidianas y estaba demasiado seguro de su triunfo.

Y además hubo alguien que ayudó a Le Pen involuntariamente a ganar terreno: el candidato ultraderechista Eric Zemmour. Su campaña con eslóganes descaradamente racistas lo hizo aparecer como un candidato aún más extremista que Le Pen. Eso lo impulsó por un momento en las encuestas, sobrepasando incluso a Le Pen. Pero sus cifras cayeron debido a sus vacilaciones en cuanto a recibir refugiados ucranianos y a que mantuvo una actitud ambigua con respecto a Putin, por quien había manifestado admiración en el pasado.

Curiosamente, su histórica proximidad con Putin y el respaldo financiero que recibió en el pasado de Moscú no hicieron mella en la campaña de Le Pen. Pese a todo, ganó terreno. Las declaraciones crasas de Zemmour consolidaron a Le Pen de forma lenta, pero segura, como una candidata de extrema derecha “suave”.

La carta populista

Pero no hay que equivocarse. La plataforma de Marine Le Pen todavía está muy arraigada al espíritu de su padre, Jean Marie Le Pen, condenado varias veces por minimizar el Holocausto e incitar al odio racial.

Si llega a la presidencia, Le Pen llevaría a cabo un referéndum para consagrar un principio de preferencia nacional en la Constitución francesa. En virtud de ello, las personas de nacionalidad francesa tendrían preferencia sobre los extranjeros en cuanto al acceso a empleos, vivienda o salud. La discriminación sería legalizada.

Como presidenta, también se propone penalizar la ayuda a migrantes que entren y permanezcan ilegalmente en Francia. Limitaría el derecho al asilo y no le temblaría la mano a la hora de enviar a extranjeros de regreso a países donde les espera la persecución o la muerte.

Aunque ya no menciona explícitamente en su programa una salida de la Unión Europea, las citadas reformas llevarían en la práctica al país a un alejamiento del club europeo y encajan con su visión antiglobalización y el plan para controlar las fronteras francesas y reforzar el proteccionismo económico.

Europeísta, pero no perfecto

Todo esto contrasta fuertemente con la postura europeísta e integracionista de Macron. Pero los ciudadanos franceses le reprochan sus reformas favorables a los empresarios, que le han valido el apodo de “presidente de los ricos”. Se dice que el mandatario iría aún más lejos si es reelegido, aumentando la edad de jubilación o forzando a las personas que reciben asistencia social a trabajar o a participar en cursos para obtener empleo.

Por otra parte, grupos ambientalistas reprochan a Macron no haber logrado poner coto al cambio climático y grupos feministas lo acusan de no haber hecho lo suficiente por la igualdad de género.

Pero durante el gobierno de Macron el desempleo ha bajado y la economía marcha relativamente bien, también debido a los miles de millones que el gobierno ha gastado para atenuar el impacto de la pandemia. Y aunque promete limitar la inmigración, Macron propone nuevas leyes contra la discriminación de extranjeros en lo tocante a trabajo y vivienda.

La democracia francesa en peligro

Las críticas contra Macron, en todo caso, no son comparables a los riesgos que supondría una victoria de Le Pen para los fundamentos mismos de la democracia francesa.

La única forma de proteger al país del totalitarismo es impedir que llegue al poder. Los votantes franceses deberían preguntarse claramente cuánto aprecian su democracia, antes de emitir su voto dentro de dos semanas.

(ms/ers)

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