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La declaración de guerra de Putin

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El jefe del Kremlin desconoce la independencia de Ucrania y envía tropas a Donetsk y Lugansk. Si Europa le permite salirse con la suya, será inevitable una gran guerra, opina Frank Hofmann.Todo está pasando muy rápido: las tropas rusas ocupan parte del segundo país más grande de Europa. Con insignia oficial en la solapa. No encubiertos, como han estado durante los últimos ocho años, ni como los anónimos «hombres verdes» desplegados en Crimea. No. Vladimir Putin envía tropas oficiales para ocupar un Estado europeo independiente que es miembro de la ONU: Ucrania.

Es otra violación del derecho internacional. Como tantas otras antes. Una violación del Memorando de Budapest de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE) de 1994, luego del cual Ucrania entregó voluntariamente sus armas nucleares. A cambio, los signatarios —Rusia, Gran Bretaña y EE. UU.— se comprometieron a respetar la soberanía y las fronteras existentes de Ucrania.

El hecho de que la reciente invasión rusa de Ucrania esté rompiendo este acuerdo debería ser una llamada de atención para la opinión generalizada, particularmente en Alemania, de que Putin no habla en serio, de que, si acaso, alardea. ¡Sí, sí lo dice en serio! Por cierto, los y las activistas de derechos civiles de la extinta RDA entienden lo que está sucediendo exactamente como se debe: como una declaración de guerra.

«No solo un país vecino»

Despreocupadamente vestido, con la corbata torcida y ambas manos sobre la mesa, Vladimir Putin declaró este lunes (21.2.2022) a su pueblo y a Europa, con toda seriedad, que «Ucrania no es solo un país vecino. Es una parte integral de nuestra historia y cultura, de nuestro contínuum espiritual».

¿Contínuum espiritual? Para los no iniciados, el punto es que la «Rus de Kiev», la federación de tribus eslavas orientales a la que se refiere la Rusia nacionalista de hoy, ubica sus orígenes míticos fundacionales en la Laura o Monasterio de las Cuevas de Kiev.

En este discurso televisado, el hombre fuerte del Kremlin se despojó de todas sus máscaras. Nada queda de la época en que Vladimir Putin entusiasmó a los parlamentarios del Bundestag alemán, haciendo germinar incluso esperanzas de que su país se convertiría en una Rusia nueva y moderna. Esta noche, sentado en el Kremlin, estuvo el verdadero Vladimir Putin: un chequista, un digno hijo de su organización, la KGB.

Sentado tras un escritorio marrón oscuro, el exagente, que una vez estuvo destinado en Dresde y ya pronto cumplirá 70 años, levantó las manos para marcar las comillas: «Descendientes agradecidos», dijo, «han derribado los monumentos de Lenin en Ucrania. Lo llaman descomunización».

Sobre esto hay que saber que, tras la Euromaidán, la revolución proeuropea de 2014, tanto los nacionalistas ucranianos como los activistas de derechos civiles y los artistas han empleado en Ucrania el término «descomunización» para describir su camino «hacia Europa». Y lo han hecho en medio de un examen profundamente crítico de ese proceso iconoclasta.

En Kiev y muchas otras ciudades de Ucrania, se siguió el ejemplo de lo que se hizo en las ciudades de la RDA tras la caída del Muro de Berlín: se derribaron los monumentos de Lenin como un gesto de ruptura. Seguido de un debate crítico sobre este proceder; sobre el proceder de una sociedad abierta, vivido en un país postsoviético, Ucrania.

Eso no le agrada al chequista del Kremlin, al hombre que convirtió a la Rusia de los años de Yeltsin en una estructura económica de la oligarquía de la KGB, basada en el petróleo y el gas. Algo solo comprensible desde la simple cosmovisión de Putin, que nada tiene que ver con la comprensión europea de la interacción entre política, cultura y reflexión social.

Detener el crimen de Putin

Con la Revolución Naranja de 2004, Ucrania emprendió un camino marcado por constantes reveses. En 2013, comenzaron las protestas en la Plaza Maidán de Kiev, en respuesta al rechazo del Gobierno pro-Kremlin de Yanukóvich al Acuerdo de Asociación con la Unión Europea. Así, Yanukóvich se convirtió en el segundo gobernante postsoviético expulsado del poder por los ucranianos. Y lo volverán a hacer, porque saben que se puede hacer.

Europa tiene ahora la oportunidad de poner fin a los crímenes de Putin o ser cómplice de una gran guerra que aún puede evitarse. Cada solución que le permita a Putin apoderarse de aún más territorio ucraniano, tras la ocupación de las áreas rebeldes de Donetsk y Lugansk, contiene en sí misma las semillas de la guerra contra Ucrania. Y no será, por eso, solución alguna.

La Alemania democrática tiene hoy, como parte de la Unión Europea, la mayor responsabilidad: porque fueron los soldados alemanes quienes, en nombre de Hitler, invadieron primero Polonia, y luego Ucrania y Bielorrusia. (rml/ms)

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