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Las legislativas modifican las fuerzas en el Congreso y obligan al presidente a un cambio de rumbo. El vínculo con la vicepresidenta no debe ser obstáculo para frenar una crisis devastadora, opina Cristina Papaleo.Finalmente, en Argentina el electorado castigó al gobierno de Alberto Fernández en estas elecciones legislativas del 14 de noviembre, tal como se pronosticaba. El Frente de Todos (FdT), la coalición de distintas corrientes del peronismo, de centro-izquierda, perdió por 8,4 puntos ante el avance de Juntos por el Cambio (JxC), la coalición liberal de derecha a la que pertenece el expresidente Mauricio Macri. Es la primera vez que el peronismo pierde su mayoría propia en el Senado desde el retorno de la democracia en Argentina, en 1983. Y Alberto Fernández es el segundo presidente, luego de Fernando de la Rúa, que pierde las legislativas durante su propio gobierno. El presidente no logra salir del laberinto en el que la vicepresidenta sigue queriendo mantener su poder.
Las primarias (PASO) del 12 de septiembre ya fueron un augurio de esta derrota, y eso denota una clara erosión en el gobierno , así como fracturas internas en el peronismo. El FdT no solo perdió estrepitosamente en la capital argentina, donde gobierna el PRO macrista, sino, más significativamente, también salió derrotado, aunque ajustadamente, en la provincia de Buenos Aires, bastión histórico del peronismo y caudal de casi el 40% de los votos nacionales. Esto ya se perfilaba desde la caída de la popularidad del presidente Fernández, y es producto del descontento popular frente a los problemas que apremian a Argentina y que este gobierno, como los anteriores, tampoco está logrando solucionar. Una vez más, la mayoría de los votantes argentinos dijeron basta ante la grave crisis que azota al país. Y ante las disonancias y peleas internas en el gobierno peronista.
Medidas económicas no surtieron efecto
Las medidas económicas tomadas por el gobierno de Alberto Fernández para mejorar el bolsillo de los argentinos no fueron remedio suficiente, y eso también era de esperar. Ni el aumento del salario mínimo y de las ayudas sociales, ni las modificaciones tributarias, ni el congelamiento de precios de los alimentos y medicamentos. Aunque fueron bien recibidas por un amplio sector de la sociedad, no lograron convencer a la mayoría de los votantes de que el gobierno tiene un concepto claro para evitar una crisis mayor aún en los dos años que le quedan de mandato. Ni siquiera las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional sobre la deuda tomada durante el gobierno liberal macrista, exitosas hasta el momento, lograron llevar más votos a la cuenta oficialista.
Y es que Argentina está empantanada desde hace al menos medio siglo en un círculo vicioso donde las demandas sociales, que exceden los recursos del país, hacen que se privilegien las ayudas y subvenciones a corto plazo antes que las inversiones y proyectos a largo plazo para una mayor competitividad, provocando crisis cíclicas. A eso se sumó en 2020 la pandemia, con cuarentenas y restricciones que agravaron la ya difícil situación de muchos ciudadanos. Pero esta vez la recesión económica, una inflación de más del 50%, un 40% de argentinos en la pobreza, la criminalidad desbocada en los barrios más pobres que circundan Buenos Aires, marcaron la diferencia.
Peleas internas en el peronismo desgastan a Fernández
Otro detonante clave en este resultado fue la debilidad del liderazgo de Alberto Fernández frente al rol central de Cristina Fernández de Kirchner en el gobierno, lo que provocó un malentendido fundamental desde el comienzo acerca de quién debe llevar realmente las riendas del gobierno. Las tensiones en el interior de la alianza de gobierno peronista se hacen cada vez más visibles. En septiembre, la vicepresidenta pidió cambios de gabinete que el presidente no llevó a cabo, y la respuesta fue el notorio distanciamiento de Cristina Fernández de Kirchner, probablemente, queriendo salvaguardar su imagen. ¿Tal vez para alejarse del Frente de Todos y formar un movimiento propio, más a la izquierda?
Estas legislativas son un plebiscito sobre los casi dos años en el poder del peronismo, y en ellas se reflejó el temor de los argentinos ante un futuro cada vez más incierto, y su escepticismo sobre la capacidad de este gobierno para fijar un nuevo rumbo, especialmente en la economía, pero también en las políticas contra la inseguridad y la corrupción.
Diálogo más inclusivo con la oposición
Las crisis de Argentina no permiten nunca esperar, y las necesidades de la gente apremian, pero los procesos de recuperación podrían llevar décadas. Ahora el péndulo oscila una vez más hacia la derecha. E incluso la derecha minoritaria populista de los libertarios, Javier Milei y José Luis Espert -que captaron el voto joven con discursos duros que recuerdan a Bolsonaro o a Trump-, consecuencia de la grieta entre el kirchnerismo y el macrismo y de la disconformidad con los partidos tradicionales, logró entrar al Congreso. Todo esto es preocupante de cara a las elecciones presidenciales de 2023. Sobre todo porque si la alianza de JxC ganara terreno, eso tampoco es garantía de solución a mediano plazo para los problemas estructurales de Argentina, lo que ya se vio durante el gobierno de Macri, que dejó el poder tras un solo mandato, y a Argentina en una crisis inflacionaria y de deuda.
Según su discurso tras estas elecciones, el presidente Fernández reconoció sus errores y parece haber escuchado el mensaje de las urnas, anunciando un nuevo programa económico sustentable y una apertura al diálogo con la oposición. De por sí, el Congreso argentino estará mucho más reñido ahora, con el cambio en la relación de fuerzas. Pero Fernández tiene la oportunidad de corregir el curso. No le queda otra alternativa. Y si quiere evitar un colapso antes de terminar su mandato, no deberá tomar esas decisiones en el contexto de un conflicto interno con el kirchnerismo. Deberá hacerlo con firmeza, respondiendo a la urgencia que le plantean los argentinos. Si Cristina Kirchner no respalda en esto al presidente, si Alberto Fernández se deja atrapar por presiones internas, si no concreta un verdadero plan económico, Argentina podría acercarse más al borde del abismo. Un presidente débil no podrá con los desafíos en las arenas movedizas de los próximos dos años.
( er)