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Pánico en Kabul tras toma del poder de los talibanes en Afganistán

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El Talibán está en control de Afganistán, 20 años después de ser derrocado por fuerzas estadunidenses y británicas. Sus combatientes patrullan las calles de Kabul y el presidente Ashraf Ghani ha partido al extranjero.

Los islamitas se adueñaron de Kabul este domingo, capturando las ciudades importantes que quedaban en poder del gobierno y cerrando el cerco de la capital al cortar sistemáticamente todas las rutas de salida hacia el interior.

Ahora reina profunda aprehensión en cuanto a lo que el futuro depara a este quebrantado país; densos nubarrones se ciernen sobre muchos de los que se oponen al duro gobierno teocrático de los yihadistas. El Talibán ha asegurado que no cobrará venganza, pero ha habido ejecuciones en zonas bajo su control, como Spin Boldak y Ghazni.

En la tarde del domingo se informó que Ghani había volado a Tayikistán, junto con el consejero nacional de seguridad, Hamdullah Mohib, y otros asociados cercanos. Abdullah Abdullah, jefe de la delegación afgana en las pláticas con los talibanes en Doha, la capital qatarí, que perdió frente a Ghani una disputada elección, comentó: “El ex presidente salió de Afganistán, dejando el país en esta difícil situación. Dios debe exigirle cuentas”.

Por la tarde hubo versiones de que Ghani había accedido a renunciar. No hubo confirmación, sin embargo, aunque en un discurso grabado expresó que las negociaciones conducirían a una “transferencia pacífica del poder al gobierno de transición”.

Zabihullah Mujahid, vocero del Talibán, comentó que había pláticas para lograr ese fin. Cualquier “transferencia” significaría una rendición efectiva del poder al Talibán y, con ella, todo lo que se teme que se perderá en materia de derechos humanos, igualdad para las mujeres, libertad de expresión y el proceso democrático del gobierno.

La seguridad era la preocupación más inmediata para la gente de Kabul. Hubo en las calles conatos de tiroteos, al principio esporádicos y luego un poco más sostenidos. Por la mañana se podían ver pequeños grupos de hombres armados en algunos suburbios, en especial en caminos que llegan de la provincia de Logar. Más hacia el interior de la ciudad, motociclistas que se cubrían la cara con keffiyehs tomaban fotografías en retenes y edificios de gobierno, y también de la fortificada y supuestamente segura “zona verde”, que ha sido abandonada en su mayor parte.

Hacia el anochecer, ya no era necesario que los talibanes se ocultaran el rostro mientras se desplegaban por el centro de la ciudad a “invitación” del ministerio del interior para ocupar los puestos de vigilancia abandonados por las fuerzas de seguridad afganas. El grupo islamita afirmó estar asegurándose de que no hubiera saqueos ni quebranto de la ley y el orden. Los combatientes parecían relajados en su victoria, practicando mínimas revisiones a vehículos. Soldados en un convoy del ejército afgano en el camino al aeropuerto, a poco menos de un kilómetro de una posición del Talibán, dijeron no haber recibido órdenes de entrar en la ciudad.

Hubo reportes de que se ordenó un toque de queda. No estaba claro si era a las 8 o 9 de la noche, y tampoco quién lo había ordenado. Combatientes talibanes en un retén afirmaron que no sabían nada al respecto.

Desde la mañana hubo vuelos continuos de helicópteros estadunidenses, los cuales no entraron en combate, sino en su mayoría transportaban diplomáticos de la embajada de su país al aeropuerto para una evacuación de emergencia.

Los Chinooks que sobrevolaban la embajada estaunidense quizá no marcaban un “momento de Saigón” en Afganistán. La humillante partida después de la derrota en Vietnam no se está repitiendo del todo, mientras más de 4 mil 600 uniformados estadunidenses y británicos llegan al país.

Joe Biden ordenó enviar mil soldados más para sumarse a los tres mil que siguen allá. Gran Bretaña ha desplegado un contingente de 600, encabezado por la 16 Brigada Aérea de Asalto.

Por la noche se informó que el aeropuerto de Kabul fue cerrado a vuelos comerciales mientras continuaban las evacuaciones militares. Hubo reportes no confirmados de tiroteos en las cercanías de la terminal aérea.

La ofensiva del Talibán, con sus consecuencias devastadoras, comenzó después de que Biden retiró a toda prisa 2 mil 500 efectivos estadunidenses, lo cual obligó a las fuerzas británicas y de otros países de la OTAN a partir también. Los afganos comentan con amargura que, para garantizar la seguridad de un puñado de estadunidenses, el presidente se dispone a enviar casi el doble de efectivos de los que tenía para librar al país de caer en manos de los yihadistas.

En un ejemplo del monumental fracaso de la inteligencia estadunidense en prever lo que ocurriría en Afganistán, Biden declaró hace apenas cinco semanas que era “sumamente improbable que el Talibán arrase con todo y se apodere del país entero”.

Otro ejemplo de la aparente falta de contacto con la realidad lo dio el Departamento de Estado, cuando, después de una llamada telefónica con Ashraf Ghabi, el pasado sábado, afirmó que Washington estaba comprometido en una fuerte relación diplomática y de seguridad con el gobierno afgano. Ghani huyó 14 horas después.

Kabul ha sido presa del pánico en los días pasados, con el aeropuerto atiborrado de personas que buscan vuelos y con frenéticas carreras para comprar comida y otros artículos esenciales en tiendas que se van quedando sin existencias y con los precios hasta las nubes. También los bancos se ven acosados mientras afirman que ya no queda efectivo disponible para retiros.

Por la mañana del domingo la oficina del presidente Ghani emitió un comunicado, después de que ocurrieron balaceras, para pedir a la gente de Kabul no preocuparse, porque “las fuerzas afganas y de la coalición internacional” estaban en control de la situación.

Estados Unidos y Gran Bretaña han sostenido en repetidas ocasiones que sus fuerzas no se involucrarán en combates, y no estaba claro por qué la oficina del presidente sintió que los dos países desearían atizar los menguantes rescoldos de la guerra civil.

Los insurgentes han tenido cuidado de no atacar a efectivos estadunidenses y de otros países de Occidente, en términos del acuerdo de Doha, enfocando sus ataques mortales en las fuerzas de seguridad afganas. Ha habido constantes advertencias de represalias de Washington si eso cambia.

En un comunicado, el Talibán dijo en la mañana que no había decidido si lanzaría un asalto a la capital. “Más tarde se tomará una decisión separada”, dijo el vocero del grupo, Zabihullah Mujahid. Sin embargo, añadió, “la gente debe estar tranquila de que no queremos un estado de guerra en Kabul ni que alguien, Dios no lo quiera, reciba daño”.

Más tarde el grupo emitió un segundo comunicado en el que promete que “no se dañará la vida, propiedad y dignidad de nadie, y las vidas de los ciudadanos de Kabul no estarán en riesgo”. No obstante, los afganos han escuchado en fechas recientes muchas seguridades de un fin a la violencia, sólo para que las esperanzas de lograrlo se desvanezcan.

Waleed Mohammed Hamidullah, empresario de 48 años, frustrado ante la puerta de un banco cerrado, comentó: “Estamos muy, muy nerviosos sobre lo que va a ocurrir. No hay ningún lugar adónde ir porque, como ustedes saben, Kabul está rodeada. Traté de retirar algo de dinero para comprar boletos de avión en el mercado negro, pero, como pueden ver, el banco está cerrado. Lo intentaré de nuevo mañana, pero no tengo esperanzas”.

Abdul Karim Huseini sólo consiguió comprar la mitad de los víveres que su familia necesita para los próximos días. “La gente ha estado comprando en grandes cantidades. Tengo en casa familiares que vinieron de otras partes del país, no creo que alcance para todos”, dijo. “Son tiempos terribles, queremos que terminen los combates”.

También Afshaneh Ansari quiere un fin a la violencia. Pero el próximo régimen talibán significa que la vida en la que ella soñó y a la que tanto empeño dedicó se habrá ido.

“Yo quería ser artista y tratar de fusionar el arte afgano y el occidental. También soy una activista en asuntos de género”, expresó la estudiante de la Universidad de Kabul. “No creo que eso sea posible ahora aquí en Afganistán. Esta mañana pensé que tengo 20 años; nací el año en que terminó el dominio talibán. La vida que anhelaba terminará ahora, 20 años después”.

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